En una isla perdida en medio del océano, dos hombres se defienden, noche tras noche, resguardados en un faro, del asedio de unas extrañas criaturas marinas.
El compositor firma una banda sonora de factura tradicional, en la línea de las creaciones clásicas del cine de aventura y fantasía. Arranca de un modo poderoso y eficiente: un motivo de siete notas se repite frecuentemente al principio del filme para vincular su significado a la isla y a los misterios y peligros que encierra. Es una música poderosa, siniestra, que da la bienvenida a personajes y espectadores un poco a la manera King Kong, en cuanto a su inmediatez referencial y su contundencia: es la música del lugar.
Una vez instalados personajes y espectadores, la cámara musical gira sorpresiva e inteligentemente y se ubica en la perspectiva de los protagonistas: el motivo de la isla no vuelve a aparecer hasta muy avanzado el filme y el espacio lo ocupan las músicas dramáticas que exponen un moderado cariz de aflicción y melancolía que de alguna manera debilita a los personajes (y espectadores), frente a las diversas músicas hostiles, que son empleadas para generar caos y confusión en los sucesivos ataques y en la ansiedad en la espera. Son estas músicas inconcretas, imprevisibles, algunas elementales y otras más sofisticadas, pero ninguna de ellas pone rostro al peligro como sí lo hacía el motivo de siete notas. Se entabla, así un duelo entre la fortaleza de lo que hay en el mar y la fragilidad de lo que está en tierra firme.
Es una buena idea narrativa que se malogra parcialmente por la dispersión melódica en los temas dramáticos, que son varios y que que por abrir varios frentes que no se pueden desarrollar adecuadamente descentran en lugar como se debiera de concentrar en algo a lo que el espectador pueda aferrarse: se pretenden abarcar aspectos que no son tan relevantes y por querer explicar demasiado, se difumina el poder de significación y relevancia del tema principal que, en la conclusión final pretendidamente liberadora y muy emotiva, acaba por no serlo tanto. Con una reducción al clásico duelo tema/contratema, con apoyos de temas secundarios para ambos, todo hubiera quedado más claro y redimensionado.