Desde que su mujer murió quemada en un accidente, un eminente cirujano plástico investiga la creación de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla. Para ello no dudará en experimentar la transgénesis con seres humanos.
En una primera instancia, esta partitura podría aparentar ser enormemente confusa, desestructurada, que abre frentes que no se cierran y que, en lugar de concretizar y explicar, resulta inconcreta y poco explicativa. En primera instancia, podría aparentar que el compositor ha escrito una partitura que destruye lo que es la esencia de un guión musical, que no solo no respeta sus normas sino que las vulnera.
Y esto es precisamente lo que ha hecho el compositor: escribir una partitura cuya principal baza es la de ser caótica y desordenada, una maniobra de confusión que busca generar una enorme sensación de inseguridad sobre el entorno en el que se desarrolla la acción y particularmente sobre su personaje protagonista, un hombre que es meticuloso y ordenado pero que actúa por impulsos y que resulta impredecible. La abundante música que se aplica en su espacio no es utilizada para explicar su personalidad retorcida, ni siquiera el poder del que dispone: todo lo más, le da un cierto aire melancólico y un toque refinado y culto, con el empleo, a veces exagerado e impostado, del violín. Y alrededor de él, mucha música, excesiva música, tanta que colapsa los espacios por los que él se mueve, se traslada a los lugares donde no está pero donde influye y, en especial, impide que otras músicas puedan desarrollarse: es el caso de la melodía aplicada a su víctima, que es enseguida fagocitada por la horda de temas que están no para construir un discurso narrativo sino precisamente para evitarlo. Nada hay que pueda impedir el dominio de este caos y desorden de unas músicas que, en todo caso, están totalmente del lado del vengativo protagonista. Hasta que su víctima se rebela. Y es entonces cuando aparece un tema musical –que acabará siendo el principal- que es el único que logra hacerse con el dominio de los espacios y volverse en contra del cirujano.
Este tema musical no es un tema de personaje (la víctima) sino de su impulso emocional, de su ira. Y cuando esta música la acompaña, ella es fuerte, más fuerte que su captor. Esta música se irá transformando paulatinamente de la furia/rabia hacia la desolación/amargura en su parte final, y quedará como el único elemento claramente visible en todo el conjunto de la banda sonora, y es su pieza más concreta y específica.
El compositor ha escrito, pues, una partitura cuyo caos es muy ordenado y cuya desestructura acaba por estar muy estructurada. Todo ello, por cierto, en conformidad con la singular forma narrativa del guión literario.
Un último apunte: no es del todo entendible que se haya aplicado música en las escenas de la irrupción del hombre tigre: este es un personaje peripatético, que entra en un espacio que no le pertenece y al que no ha sido invitado, y además es un personaje que resulta irrelevante: si él es capaz de traer consigo música que acalle las que dominan el lugar, entonces se le está dando una importancia y un poder del que abiertamente carece, y más teniendo en cuenta que la suya es una música deliberadamente vulgar frente al exquisito refinamiento de las otras. Quizás hubiese sido más adecuado dejarle desnudo de música, o recurrir a la diégesis para resolver sus secuencias. Claro que, con esta inclusión, se aporta un elemento más a la confusión, a los caminos abiertos y no cerrados y al caos general de una banda sonora valiente y compleja.