Un hombre entra a formar parte de una peligrosa banda de delincuentes que planea robar un banco, y se le encomienda perforar la cámara acorazada.
El compositor firma una sólida creación que saca buen partido de los códigos del género del cine negro, para aprovecharlos pero también para revertirlos, en una banda sonora en la que la trompeta con sordina o el saxo son instrumentos que lideran el tipo de melodías cálidas y sugestivas que en el cine han sido escuchadas con personajes como los detectives Philip Marlowe o el J.J. Gittes de Chinatown (74), pero aplicadas aquí a un personaje común y corriente, sencillo y nada sofisticado. Esto ayuda a darle esa categoría a la vez que genera empatía y ternura por él, pues en estas músicas hay una moderada melancolía que sirve para resaltar la fragilidad en la apariencia de control y fortaleza del protagonista. Este tipo de música, que arranca en créditos iniciales, contribuye también a construir una gran ficción, una impostura determinante en el argumento, en la forma de película dentro de la película que cuando se resuelve, la música se mueve y cambia en su sustancia, aunque manteniendo remanentes de esas referencias pues, a fin de cuentas, tras aquella se prepara otra gran impostura.
La música del compositor sirve a estos propósitos, pero también hay momentos para una elegante emotividad y una muy animada y divertida acción, con estupendos temas como el que se aplica en el atraco al banco. Los momentos más dramáticos, por su parte, se dejan sin música, lo que ayuda a no desenfocar el tono amable de la banda sonora. Y todo ello con música nada funcional ni industrial, sino exquisita, elegante, hecha con finura y con categoría y clase. El tema final, espléndido, es el cierre de lo que ha sido una música hermosa, deliciosamente añeja y también encantadora.