Una joven revivida por un científico está ansiosa por aprender y se escapa con un sofisticado y perverso abogado, en una aventura vertiginosa a través de los continentes.
En su debut en el cine el compositor aplica una creación nada ortodoxa, radical y subversiva, que rompe con cualquier código razonable y se proyecta como una experiencia inmersiva y vertiginosa. La banda sonora es diversa y cambiante, una mezcolana cual monstruo de Frankenstein musical, hecho con retazos diversos de música instrumental hilvanada sin trazos precisos, como el empleo de motivos que se reiteran sin llevar a nada. Esta banda sonora está en absoluta sinergia con la estética del filme y hace de sus excesos sus virtudes. Sobresalen las referencias a las músicas de filmes de Ciencia-Ficción de serie B, su tono loco y extravagante, chillón, del todo orgánico y en sinergia con el resto de la película.
(spoiler)
La película es una reinterpretación del mito de Frankenstein desde la perspectiva femenina, y sus postulados son claramente feministas: la mujer, Bella, podría ser Eva, creada por el doctor Baxter, que podría ser Dios. Bella se refiere en algunas ocasiones a Baxter como Dios. Es una creación al servicio de los hombres, apenas sabe moverse ni hablar, y mucho menos razonar. Pero en su viaje junto al perverso Duncan Wedderburn comienza a dar pasos para reivindicar y alcanzar su propia identidad y libertad, llegando a hablar y razonar coherente y también sabiamente. Mientras no lo consigue la música es incompleta, caótica y deshilvanada. En cuanto lo logra -en la espléndida escena final- Bella no solo descansa de su servicio a los hombres tumbada en su hamaca sino que mientras el resto permanece con sus vestidos y trajes de época y fantasía (creación magnífica de Holly Waddington) ella viste moderna: ya no es parte del decorado. Y es en este momento, ahora sí, donde la música toma forma y se eleva como exaltación de la victoria.