Remake del filme Evil Dead (81), sobre cinco jóvenes que se disponen a pasar el fin de semana en una cabaña perdida en un espeso bosque. Allí descubren una trampilla que da acceso al sótano y deciden bajar a investigar. Encuentran un libro de rituales y uno de ellos lo lee en voz alta, lo que inicia el horror.
El compositor aplica una sólida y muy poderosa partitura de género que desarrolla en dos frentes inicialmente opuestos pero que acaban convergiendo. En primer lugar, la música del Averno, aquella que surge de las entrañas del Infierno y que ataca, inmisericorde, a personajes y espectadores. La conforman una sucesión de temas que no se estructuran en derredor de una melodía reconocible y se evita así que el peligro y la amenaza pueda ser racionalizada y explicada en la forma musical, aunque sí hay algunas referencias concretas, corales, que apuntan a que tras la aparente anarquía (solo aparente) el mal tiene forma. El no exponerla de modo evidente deja a personajes y espectadores en completa indefensión. A ello se suma que no es una música hecha y aplicada solo para provocar impactos sino para evidenciar que lo que representa goza de un inmenso poder del que es imposible escapar. Un poder que se cimenta no solo en la fuerza de los coros y el refinamiento de estas músicas (en varias ocasiones, impresionistas, mientras que en otras arcaicas y primarias) sino en su capacidad de invadir espacios y retraerse a voluntad, provocando el caos y el desconcierto.
Frente a estas músicas, demenciales y despiadadas, Baños aplica un tema (el principal) incluso más cruel: se trata de la melodía -sí concreta, reconocible y racionalizada- que es compartida por todos los personajes y a los que une en un mismo destino: la fatalidad anunciada. Es un tema dramático, bello, que se escucha por vez primera en la escena de la llegada a la cabaña, y que provoca un poderoso contraste: los personajes, completamente ajenos a lo que se les avecina, mantienen tranquilamente su actividad y conversan; la música, sin embargo, no habla de cotidianeidad ni de tranquilidad, sino que -prácticamente como música adelantada- se cierne sobre ellos a modo de un gran nubarrón negro que avanza la pesadilla a punto de iniciarse: están completa e irremediablemente condenados. Esta música tendrá en el desarrollo de la película algunas variaciones y transformaciones que funcionarán por contraste con las músicas abiertamente hostiles y reforzarán la sensación de fragilidad de sus propietarios.
Este es un tema que sustancialmente se posiciona en contra de los personajes, pero que no guarda relación con las otras músicas, externas a ellos. En un par de escenas, cuando uno de los protagonistas decide emprender acciones concretas para combatir, el tema se pone de su lado, de un modo casi heroico, dando esperanzas y aparentando control sobre la situación. Se ha transformado y ha pasado de ser la música de la fatalidad anunciada a la música del previsible triunfo sobre el mal. Y aparentemente finaliza victorioso. Solo que, en créditos finales, el compositor lo contamina completamente con el ADN del mal, de un modo además brillantemente grotesco. No hay, pues, esperanza de salvación. El compositor se quita la máscara y se evidencia como el peor enemigo de los personajes y los espectadores.
Ágora: Las Mejores BSO