En el año 2084, un grupo de médicos logra resucitar por primera vez a un hombre que criogenizado 60 años atrás. Pero su resurrección comportará problemas no previstos.
El compositor aplica una bella creación que desarrolla en tres niveles. En primer lugar, música para el entorno futurista, mecanizado y deshumanizado, que se sustancia en temas fríos, asépticos, distantes. En este contexto aplica los dos otros niveles dramáticos: la música de la desolación y la de la redención. Ambas, con un aire que evoca a Michael Nyman (solo es una referencia) y que durante la película entablan un diálogo entre sí, no confrontándose sino complementándose, pues las dos son músicas de y para un mismo personaje. La música de la desolación es la que ancla al protagonista con su pasado y sus recuerdos, pero la que también se emplea para generar cierta desazón en el nuevo presente. Es hermosa, sentida y frágil, al igual que lo es la de la redención, una música vitalista y llena de esperanza, que impulsa hacia adelante al personaje allá donde la otra lo frena y también allá donde él mismo no ve su encaje en su nueva vida, porque esta música (incluido el tema principal) es la que se refiere a una nueva vida, la resucitada, aunque conoce algunas transformaciones afectadas que indican que no todo va bien. Pero es la música del amor, de la salvación, y también de la compasión, y logra alcanzar unas determinadas cotas de énfasis de cuidada intensidad. Cierto es que los temas musicales que complementan al principal acaban siendo algo confusos en sus explicaciones, pero forma parte de la propia confusión deliberada o no, que sufre el personaje (y espectador) en esta película.