Un sacerdote viaja a un misterioso pueblo a averiguar la causa de la muerte de su padre. Al llegar, es amenazado por fuerzas sobrenaturales y aterradoras visiones, que pondrán en duda su fe y le demostraran que el Infierno existe.
En su primera película el compositor muestra un buen dominio de los recursos del género, que desarrolla por cauces conservadores pero con una música dotada de contenido y de carga genética que hace que llegue mucho más allá de la mera ambientación del entorno. Evidentemente, en su globalidad, la música es hostil y asfixiante, pero hay insertada dentro de ella, una cuidada carga de dolor y aflicción que evidencia que en esa amenaza que es liderada o engrandecida por la música hay una exposición de razones, que en todo caso la película se encargará de aclarar en su argumento. Pero son indicaciones que además funcionan por la comparación que se establece con el otro tipo de música, la dramática, la que se aplica al personaje y que, siendo también tormentosa, es asimismo dolorida. Por tanto, en el discurso que desarrolla el compositor en su guión musical, la batalla es entre músicas negativas: la exterior y la interior. Y tras la tormenta -que es moderada, nada exagerada- llega la calma y la paz, en forma de una música mistica, abierta, liberada y esperanzadora, muy bella.