Película basada en supuestos hechos reales acaecidos en 1971 en los que un grupo de académicos de la universidad de Cambridge grabaron la investigación en la que trataban de practicar un exorcismo a una joven.
El compositor aplica una banda sonora ambiental y atmosférica que en muchos de sus momentos tiene la apariencia de ser más efectos sonoros. Ello, para recrear un entorno críptico, que busca quitar oxígeno y expandir una sensación densa, opaca. La música no se posiciona en ningún momento en la perspectiva de los personajes pero tampoco explica ni concretiza la amenaza que pende sobre ellos, que queda así indefinida y deja al espectador sin referente, como sí lo hubo por ejemplo en la muy brillante The Conjuring (13), donde el horror sí tenía forma, que atacaba a personajes y espectadores. Como resultado de esta falta de compromiso, de posicionar la música en un término intermedio, poco dramático y narrativo y básicamente estético, y porque se genera una expectación de explicación que finalmente no se resuelve, acaba por generar indiferencia, permite al espectador acomodarse y, por tanto, no temer lo que le pueda decir una música que resulta estática y contribuye a hacer de este filme aburrido y muy poco interesante.