Relato sobre una joven que sufre al ver a su aristocrático marido dominado por el recuerdo de su difunta primera esposa.
La música de esta nueva versión de la novela de Daphne Du Maurier sufre -más acuciadamente incluso- lo que padece la protagonista: no puede estar a la altura del fantasma que se cierne sobre ella. No solo no está a la altura sino que es absolutamente humillada. Clint Mansell es compositor muy interesante que se ha metido en un proyecto donde probablemente imaginaba que el aura de Franz Waxman iba a rondar sobre él. Las comparaciones con la banda sonora de 1940 son inevitables pero es mejor obviarlas, porque no es necesario siquiera pensar en la música del filme de Hitchcock para exponer las numerosas carencias de este grisáceo trabajo, que no va más allá de una sucesión de músicas sin conexión, sin solvencia en lo musical y menos en lo estructural, que en algunos momentos bien podría ser música para la sala de espera de la consulta del dentista y en la mayor parte de los otros para cualquier otro filme. Nada hay en ella que permita imbricarla en los tormentos de la protagonista, y realmente tampoco en el entorno gótico y opresivo de la mansión ni de sus demás habitantes, salvo quizás un arpa que da algunas reminiscencias fantasmagóricas, del todo desaprovechadas. Es una sucesión de músicas que aunque en algunos momentos tienen prestancia no aportan personalidad ni entidad al filme.