En el Siglo XII, durante las Cruzadas, un héroe decide proteger a los suyos de la invasión musulmana en Jerusalen.
Reseña de Ignacio Marqués Cuadra:
A lo largo de la Historia del cine han existido grandes bandas sonoras que por culpa de una mala aplicación en la película y del uso de músicas ajenas acabaron dando un resultado muy por debajo del que, presumiblemente, hubieran logrado de haber sido respetadas en su integridad. Son bastante conocidos algunos casos como Alien (79) –también del director Ridley Scott– o The Elephant Man (80), que muchos consideran que habrían sido obras de referencia si los creadores hubieran respetado la propuesta original de los compositores. Un caso no tan conocido –sorprendentemente muy desconocido, de hecho– pero mucho más mortal para la propia película que los ejemplos anteriormente citados es sin duda el desaguisado que se hizo con esta magnífica obra de Harry Gregson-Williams
El compositor británico propuso una banda sonora muy extensa y compleja que empleaba un sinfonismo bastante moderno (con excepción de algunos momentos corales) pero que se estructuraba de una manera muy ortodoxa mediante el uso de una gran cantidad de temas centrales para los diferentes personajes, facciones o conceptos, dispuestos todos ellos para explicar y apoyar el discurso y la narración de la película. En su lecho de muerte, Godofredo –el padre de Balian– define el Reino de los Cielos como un mundo nuevo y mejor en Tierra Santa, un reino de conciencia donde cristianos, musulmanes y judíos conviven pacíficamente; defender esta idea apoyando al rey Balduino de Jerusalén y cuidando del pueblo es la misión que Godofredo encomienda a su hijo Balian antes de morir. Este concepto fue llevado magistralmente a la música, al tema principal, que en esa misma escena adquiría todo ese significado y se encargaría en adelante de hacer más comprensible todo ese discurso, que es el de la película. El momento de máximo desarrollo del tema principal ocurre por iniciativa de Balian en una escena en Ibelin (las tierras que Balian hereda de su padre) en la que los habitantes buscan agua excavando pozos y comienzan a arar y hacer florecer el lugar, haciendo de él un Paraíso en la Tierra (Sibila lo describe como una nueva Jerusalén) en el que, además, se consigue una perfecta armonía entre los habitantes que practican las tres religiones. El tema principal explica que Balian ha conseguido crear ese Reino de los Cielos en Ibelin y es el momento de máxima plenitud de dicho tema en toda la película. Más adelante, la imposibilidad de que el Reino de los Cielos pueda ser llevado a Jerusalén y al resto de Tierra Santa por culpa de los fanáticos que buscan constantemente la guerra contra Saladino también impide que el tema principal pueda seguir desarrollándose y expandiéndose. Y seguirá apareciendo, puntualmente, pero mediante variaciones mucho más reducidas pues la llegada de ese Reino de los Cielos está cada vez más lejos. Al final de la película, cuando Balian rinde Jerusalén y se la entrega a Saladino, el tema vuelve a eclosionar una vez más –aunque no con el desarrollo tan completo de la escena de Ibelin, sino una versión bastante más reducida– para dar a esta derrota un sentido totalmente opuesto: el de una victoria moral, pues al menos Balian ha conseguido cumplir su propósito de proteger a todo el pueblo de Jerusalén y, tal como como le explica a Sibila al final de la escena, el Reino de los Cielos nunca podrá ser rendido ya que es una idea. Una idea que Gregson-Williams supo poner en la mente de los personajes y de transmitir a la audiencia con este brillante tema principal. Lamentablemente, todo este discurso tan conceptual y profundo se destrozó por completo al introducirse en la escena de la rendición un fragmento de Marco Beltrami de la película Blade II (02). De hecho, en ambos montajes la última aparición narrativamente efectiva del tema principal ocurre precisamente en la escena de Ibelin, quedando completamente desaparecido el resto de película y haciendo inútil todo el recorrido anterior, pues se acabó perdiendo todo el discurso que aportaba.
Otro de los elementos más interesantes del guion musical de Harry Gregson-Williams que también se perdió por completo en el montaje del director –y que quedó bastante diluido en el del estreno– es sin duda el tratamiento musical de Balian, que completaba y explicaba al personaje en todas sus facetas mediante dos temas centrales. Al principio de la película, Balian cuenta con un solo tema central propio que se utiliza para explicar al hombre humilde, así como el viaje interior del personaje a lo largo de toda la película. Pero resulta muchísimo más interesante lo que hizo el compositor con el otro tema: en la escena de la muerte de Godofredo, este nombra heredero a su hijo Balian y, además de heredar todos sus títulos y bienes, también hereda su música: el tema central de su padre. A partir de esa escena, Balian cuenta con dos temas centrales, el suyo propio y el heredado que, oportunamente, cubrirá ese lado noble y caballeresco del personaje recientemente adquirido. Este segundo tema de Balian no aparece aplicado en él hasta la escena en que el personaje es reconocido como Barón de Ibelin por los hombres de Godofredo, cuando lo encuentran en Jerusalén. En el momento en que Balian es por fin reconocido, toma el control de su segundo tema. Otra estrategia muy inteligente del compositor pues podría haberlo utilizado cuando el personaje dice ser el Barón de Ibelin al enfrentarse de camino a Jerusalén contra un señor sirio que no le cree. Ambos temas se van desarrollando a lo largo de la película simultáneamente, cobrando un especial protagonismo en el asedio de Jerusalén cuando Balian toma el mando de la defensa. Aquí, ambos temas se utilizan de forma expansiva en la escena en que Balian arma caballeros a todos los defensores de Jersualén –que en ambas versiones se reemplazó por un fragmento de Jerry Goldsmith de The 13th Warrior (99)– y, finalmente, en la última defensa a la desesperada cuando los sarracenos derriban la muralla. En esa escena ambos temas del personaje del algún modo confluyen, dando un final muy épico y emotivo al viaje musical de Balian pero, lamentablemente, también se malogró al utilizarse en su lugar una mezcla de músicas de otras partes de la película (entre las que sonaba erráticamente el tema del Rey Balduino, que a esas alturas de película lleva muerto casi una hora).
Podríamos hablar de lo que aportan otros muchos temas también muy interesantes, como el de los templarios, que en un principio parece un tema que no va a tener gran repercusión a nivel narrativo pero que, al igual que sucede con los propios templarios en la película, este tema va ganando espacio y poder hasta imponerse por completo en la coronación de Guy de Lusignan (el desquiciado líder de los templarios) como rey de Jerusalén. El tema acaba incluso por tener sometido al de los cruzados en una de las escenas anteriores de la marcha del ejército cristiano hacia la histórica Batalla de los Cuernos de Hattin. También tiene mucho interés el doble uso que se le da al tema de la fe cristiana, unas veces para explicaciones introspectivas de la fe de Balian (por ejemplo, cuando visita la tumba de su mujer fallecida y quema las pertenencias de su hijo nonato o cuando visita el monte Golgotha, donde murió Cristo) y otras veces funcionando como tema de la Cristiandad en general, especialmente durante la defensa de Jerusalén.
Todo ello –y el desarrollo del resto de temas– también se vio gravemente perjudicado en ambos montajes por el uso de muchos más fragmentos de otras películas como The Crow (94) y Hannibal (00), o de una gran cantidad de música preexistente tanto medieval (de Raimon de Miraval, de Guiot de Dijon, de Hildegard von Bingen, de algunos anónimos…) como de autores clásicos (Bach) y modernos (Oumou Sangare, Luis Delgado, Hossein Alizadeh…). A todo ello, habría que sumar también la gran cantidad de revisiones y versiones alternativas que el propio Gregson-Williams tuvo que reescribir para múltiples escenas por petición del director y por cambios repentinos de montaje. Y, para rematar, el uso arbitrario que finalmente se hizo de muchos fragmentos, colocándolos muchas veces en lugares donde no correspondían o repitiendo algunos hasta en tres y cuatro ocasiones; o incluso remezclando unos con otros, perdiéndose cualquier tipo de coherencia narrativa. Lamentablemente, todo este cúmulo de malas decisiones y prácticas incompetentes –pues todas ellas iban siempre en contra de la propia película– probablemente coloca a Kingdom of Heaven como una de las bandas sonoras más damnificadas en una sala de montaje, haciendo imposible al espectador el entendimiento –o incluso seguimiento– de cualquiera de los múltiples temas centrales. Y resulta especialmente triste que esto ocurriera en la que seguramente habría sido una de las obras más brillantes y completas de la carrera del compositor.
La banda sonora, completamente restaurada