Tras fugarse de un correccional, un joven trata de sobrevivir en las calles de La Habana donde intentará evadirse de la miseria que le rodea.
El compositor aplica una banda sonora dramática de intensidad variable, donde las referencias étnicas no tienen utilidad solo localista o folclórica, sino que las integra en el relato musical. Este se sustancia en música lírica, evocadora y algo dolorida que resalta la ausencia que hay en el joven protagonista, en su interior y su falta de adaptación exterior, y es notable cuando logra ser la expresión reconocible de sus emociones calladas. Junto a esta música -que se genera en derredor de un tema principal- hay otras para el entorno que le rodea, y son aún más dramáticas y desoladoras, lo que hace mucho más difícil las cosas al personaje.
También hay vías de escape con músicas más relajadas y abiertas, sentimentales y, también, algo azucaradas, probablemente innecesarias, pero que al menos compensan y contestan las anteriores. El problema de esta banda sonora no es su estructura, definida, sino cierta saturación que bloquea la eficiencia del discurso y lo hace difícilmente comprensible. Es una música muy vistosa, agradable, pero colapsada.