Una joven escritora que acaba de ser madre se topa con la noticia de una mujer francesa que ha ahogado a sus gemelos de 10 meses en la bañera. Se obsesiona con ello y la sombra del infanticidio la acechará como una vertiginosa posibilidad.
La música en esta película arranca prometedora, como sombra oscura que acecha (como cuervo musical) sobre el destino de la protagonista, a modo casi como tragedia griega anunciada, siendo una música externa y ajena que acaba siendo también interna y emocional, haciendo expresivo el desquiciamiento emocional y psicológico de la mujer. La música coral son voces martilleantes, implacables, que insertadas en ella la transforman prácticamente en un ser poseído y mecanizado, que en su tenebrosidad y ampulosidad sugieren un control fuera de su control. Todo ello es sumamente interesante como idea pero acaba siendo música más vistosa que explicativa, y mucho más pensada para impactar en la audiencia que en el personaje, pues acaba siendo una aportación reiterada, no evolucionada, sin progreso y ampulosa, perdiendo interés a la vez que aumenta su intensidad. Sus problemas son narrativos y son estilísticos pero sobre todo que resulta impostada, forzada, artificiosa. Solo en la escena final, en la discoteca, la música de la compositora es auténtica, real, humana y explicativa. Quizás ese fuera el propósito.