Un pequeño pueblo rural es el paraíso de una niña de ciudad y la jaula de una adolescente local. Dos historias paralelas que transcurren entre secaderos de tabaco durante un verano teñido de realismo mágico.
En esta sencilla y hermosa fábula en la que el mundo de la realidad y el de la fantasía coexisten (para los niños y niñas) la música participa marcando ambos ámbitos: en el real no hay música salvo aquella que los personajes escuchan y bailan; en el de la fantasía toda ella emana de la criatura mágica, de su aura. Son músicas diversas (con electrónica e integración de elementos del entorno) que representan una extensión de la criatura y forman parte de aquello que comunica. Y lo que comunica se va clarificando y evidenciando en un proceso que comienza misterioso y concluye emotivo, austero pero profundo. Es una aportación puntual, contenida pero esencial para entender lo que cuenta la película.