Una mujer emprende desesperadamente la búsqueda su hijo, que se ha marchado para unirse a los yihadistas en Sinjar, región situada en la frontera entre Irak y Siria. Allí una mujer es obligada a vivir como esclava junto a tres de sus hijos al servicio de una familia. Una hija consigue escapar y, termina uniéndose a las milicias kurdas. Tres mujeres separadas de sus seres queridos. ¿Hasta dónde estarán dispuestas a llegar para recuperarlos?
La dureza y dramatismo de los tres relatos que conforman este filme son tratados musicalmente de modo respetuoso y con tacto, sin intrusismos ni melodramas. Hay poca música y la que hay se aplica para entrelazar las tres historias y escenarios -otorgando, eso sí, singularidades- y también para que la música se proyecte desde dos perspectivas: la interna de algunos de los personajes (hacia fuera) y de la mirada sobre ellos y sobre lo que sucede de la propia directora a través de la voz en off musical, como tantas veces se ha hecho. Es una banda sonora orgánica pero también de cariz universal, que permite trascender y hacer más comprensibles las impresiones emocionales de las tres mujeres. La música evoluciona hacia adelante y no busca equilibrios ni ponderaciones: es en algunos episodios más explícita y en otros menos presente. Una canción en créditos finales ayuda a devolver a la audiencia a nuestra realidad sin por ello dejar de lanzar un mensaje de cierta amargura e impotencia.