Un director de cine rueda una nueva película, pero sus problemas con su familia y problemas financieros le obligan a replantearse muchas cosas.
En esta película de cine-dentro-de-cine con no pocas conexiones al mundo felliniano y especialmente a Fellini Otto e mezzo (1963), la música forma parte integral del conjunto de numerosos fragmentos que conforman el todo. Hay música original y canciones preexistentes. Entre estas últimas: (Franco Battiato) o (Joe Dassin), entre otras, que se escuchan, cantan y bailan como la celebración de amor por el cine y también por la música que expresa el personaje del director: su propia hija es la compositora de la banda sonora de la película que está rondando, y en una escena su creación es también escuchada. Respecto a las músicas originales, son todas ellas pequeñas piezas musicales que se integran en diferentes espacios de la película, para aportar matices y colores diversos.
Son unas músicas que, sacadas de la película, quedan (como piezas de un puzzle que son), inconexas y sin poder mostrar lo que representan. Pero puestas en sus sitios en el tablero del filme muestran una contribución estupenda a una película maravillosa que es un gran puzzle lleno de pequeñas pero muy expresivas partes que conforman un puzzle de puro amor al cine, triste, cómico, exagerado, íntimo y sobre todo bellísimo.