En 1944 un grupo de maquis entran en España para preparar una invasión. Tras un accidente uno de ellos queda sordo y debe entonces luchar para sobrevivir en terreno hostil.
El de este filme es uno de esos casos donde una música estupenda deja de serlo por una deficiente aplicación cinematográfica. Esta película se basa en un cómic pero tiene mucho más de cine ortodoxo que de recreación de ese cómic en el que se basa. Su resultado es heterogéneo, una mezcolanza de estilos y tonos que es confuso y donde la música intenta -sin conseguirlo- navegar por ambos mares. Son varios los problemas de esta creación: el más importante es el exceso de músicas ocupando puestos de trascendencia. No es un problema de cantidad (aquí adecuada) sino de no haber sacrificado momentos donde su intensidad no era tan relevante para beneficiar otros donde sí debía primarse el énfasis por ser escenas clave. Por no hacerlo, esos puntos álgidos (dramáticos y narrativos) no lo son por colapso.
Esto, además, obstaculiza el desarrollo del tema principal (el del protagonista) que es explicativo y elocuente, sencillo y transparente, pero que apenas se percibe y, por tanto, resulta finalmente inútil como hilo conductor. Es un problema de concepto y de estructura: este filme ha sido pensado musicalmente más como una sucesión de escenas (al modo de viñetas de cómic) que como un relato de continuidad al modo ortodoxo, cuando el filme es sustancialmente ortodoxo y apenas tiene rastros de cómic. De este modo desentonan temas como el central para el personaje ruso que, aunque siendo brillante, es mucho más impostado que natural comparado con el resto de músicas.
Aparentemente el director ha tomado sus decisiones secuencialmente otorgando a cada una de las escenas protagonismo musical sin tener en cuenta lo sucedido antes ni lo que ha de venir después, puesto que no hay continuidad ni desarrollo narrativo, tan solo parcheo musical, que sería una opción buena si el filme siguiera ese patrón (al modo Tarantino, por ejemplo) pero que aquí genera confusión. Como consecuencia, allá donde la música podría evolucionar creciendo y madurando (especialmente en lo dramático) acaba por embarrarse a mitad de película y a partir de entonces si se mantiene viva es porque es buena música y le da prestancia al resto del filme, especialmente en sus abundantes -y más que estupendos- momentos épicos.