Un joven batería comienza a perder la audición y acude a un centro para recibir ayuda.
En este filme el sonido (natural y los efectos sonoros) son lo más importante, y la música funciona como parte integrada y de apoyo, sin que se le conceda un espacio propio para aportar algo singular e independiente. Exceptuando, claro, aquellas músicas en diégesis.
El sonido natural y los efectos sonoros otorgaron un justo premio Oscar a sus creadores, Nicolas Becker, Jaime Baksht, Michelle Couttolenc, Carlos Cortés y Phillip Bladh, y cumplimentan el propósito de crear una experiencia inmersiva, de ubicar a la audiencia en la perspectiva del protagonista, que pierde buena parte de su audición y oye las cosas de manera inédita para él, desconocida, y así es como también se presenta a la audiencia. La cámara sonora no se posiciona siempre desde su punto de vista (y de oído) pero casi toda la música sí, y esta está integrada en el sonido. Son música electrónicas, ambientales y atmosféricas, que individualmente consideradas son de poca consistencia y relevancia (esta edición discográfica tiene en este sentido nulo interés) pero que unidas al sonido sirven dar una impresión que la enfermedad sufrida mata también la música y la hace inaudible e inapreciable en quien, por encima de todo, ama la música. En este sentido, el trabajo creativo y dramatúrgico del sonido es notable.