Reseña de Javier González:

Resulta llamativa la decisión de prescindir de música original en El sur tras el sobresaliente resultado obtenido por Luis de Pablo en El espíritu de la colmena (73). De acuerdo con varias fuentes, el compositor bilbaíno también estuvo involucrado en El sur, pero no aparece acreditado. En esta ocasión, Erice utiliza una selección de temas de música clásica y popular que son introducidos con inteligencia y precisión.

Las músicas incidentales son tres, de las cuales, la menos relevante a nivel narrativo es el segundo movimiento del Quinteto en Do mayor de Franz Schubert, que se aplica en una escena de Estrella con su madre al comienzo de la película, donde las apacibles cuerdas aportan un cálido sentimiento de amor y protección de Julia hacia su hija. Para la figura misteriosa y velada del padre, Agustín, se utiliza el tercer movimiento del cuarteto de cuerdas en Fa mayor de Maurice Ravel, una música inquietante y melancólica, perfecta para describir su carácter triste y complejo, así como para la visión casi mágica y de fascinación que la niña tiene de él.

En contraposición con las cuerdas que retratan al padre y a la madre, tenemos el piano, absoluto protagonista de las Danzas españolas de Enrique Granados, que son aplicadas al concepto del sur, que tiene dos vertientes a ojos de Estrella: por un lado Andalucía como lugar geográfico y, por otro, el pasado de la familia antes de vivir en el norte del país. Son músicas relacionadas en todo momento con el punto de vista de la niña, ya que es una tierra y un pasado que anhela conocer. Hay una escena sublime gracias al uso del piano de forma diegética. Agustín está sentado en un café leyendo una carta en la que es rechazado por su antigua amante. Mientras tanto alguien está afinando el piano de la sala. No hay silencio, pero es una suerte de no música, donde el piano, que venía representando al sur con las danzas españolas, aquí no deja de sonar, pero no efectúa melodía ninguna, es solo ruido disonante y arbitrario, negando a Agustín ese pasado y ahondando en su total incapacidad de recuperar una vida feliz.

Por último, destaca el uso diegético del pasodoble En er mundo, de Juan Quintero, presente en dos escenas que, emparejadas por la música, generan un poderoso efecto poético. Primero en el baile de Estrella con Agustín el día de su comunión, vestida de blanco, momento de enorme felicidad con su padre, pero también de cierta dependencia de él. Después en la escena de la boda en el restaurante, donde padre e hija mantienen su último encuentro y Estrella, ya adolescente, demuestra su madurez e independencia. Tras despedirse del padre, ella contempla a los novios bailando el pasodoble, posiblemente recordando el día de su comunión o quizás imaginándose protagonista de su propia boda, pensando en una futura relación amorosa, confirmando que está preparada para la vida adulta y dejando definitivamente atrás la figura paterna.