Película cuya historia se ubica en un pueblecito de un valle de la sierra navarra y que relata la vida de Tasio desde su infancia, cuando jugaba a capturar aves en los nidos para llevarlas a su humilde hogar, que aprendió de su padre el arriesgado oficio de carbonero y que, ya mayor, se dedicó a la caza furtiva para poder mantener a su esposa e hija, sorteando la estrecha vigilancia de un guarda forestal.
El entorno geográfico es el que inspira el factor musical del filme, con temas breves, escuetos y muy apaciguados, sustentados en diversos instrumentos solistas y en un cántico tradicional a una sola voz, del propio compositor, versionado también con el violoncelo.
Dosificada e insertada en momentos muy precisos, la partitura refleja la calma en la que discurren las vidas de los lugareños y la belleza de los parajes, así como la sobriedad y sencillez de los personajes centrales. La música tiene también finalidades específicas, como acompañar las elípsis argumentales, dos resueltas con el canto (Tasio niño a adolescente y su hija de bebé a niña) y otras dos con su versión al violoncelo (en el paso del tiempo entre la boda de Tasio y el nacimiento de la pequeña y en lo que anexiona la muerte de su esposa con la aparición de su hija, ya una mujer). Asimismo, ese cántico sirve para abrir y cerrar el filme.
En el metraje se usan otros instrumentos, como el acordeón (viaje en bicicleta) o el saxo (en la preparación cepos y trampas), pero destaca el trombón, cuya sonoridad grave es aplicada a las carboneras, dándoles con ello personalidad propia. El peligro y sus riesgos, además, se representan mediante cuerdas vibrantes con las que se advierte su carácter amenazante y a las que se acude para incrementar la tensión en secuencias como la osada aventura de Tasio subiendo por primera vez al montículo para imitar a su padre, el trágico accidente del niño que cae en su interior o el incendio causado por un despiste del protagonista.
En todos estos casos la música ayuda a potenciar la fragilidad del hombre ante el medio por él mismo construido, en la lucha por la supervivencia que caracteriza el espíritu del filme. Se incluye, junto con otras bandas sonoras, en el recopilatorio Angel Illarramendi compone para Elías Querejeta (96).