Un agente se embarca en la peligrosa misión de salvar al mundo entero de los maléficos planes de un mafioso ruso, debiendo para ello desdoblarse en el tiempo lineal.
La única razón que explica la presencia de música en esta película es porque a Christopher Nolan no le eran suficientes los efectos sonoros. No hay pretensión alguna de que Göransson haga aportaciones dramáticas, narrativas o siquiera emocionales relacionadas con el argumento o los personajes, nada de eso hay excepto en una escena donde sí lo pretende y entonces se evidencia el nivel de pobreza de su música cuando pretende funcionar como elemento único. En lo demás, es efectivamente música que se dispone para el espectáculo, para cumplimentar (y lo hace maravillosamente bien) aquello tan defendido por Hans Zimmer de facilitar una experiencia al espectador/a, si bien en Zimmer eso va intrínsecamente ligado con el servicio a la dramaturgia, narración y emoción relacionadas con argumento o personajes.
No hay nada de ilícito en crear texturas musicales electrónicas que se fusionen y vayan bien a la par o bien integradas con los efectos sonoros -que aquí son imponentes y del todo importantes tanto a nivel dramático como ambiental, argumental y también emocional-, pero los efectos sonoros aquí no son música y la música aquí juega un rol de completa sumisión a los efectos sonoros. La aportación de Göransson se circunscribe a lo sensorial, a generar sensaciones, impresiones, también a intensificar las acciones y las escenas, pero sobre todo y ante todo sirve para dar continuidad allá donde los efectos sonoros, por lógica, deben quedarse en cada una de las escenas donde son aplicados (orgánica o diegéticamente) Este continuum sonoro que facilita la música es un recurso técnico que debe ser aplaudido y celebrado porque efectivamente el maridaje música/sonido, su interdependencia, es aquí fabuloso. Pero si entendemos que la música es música, para emociones, dramaturgia o narración, aquí nada hay de ello, ni tan solo algo para vehicular la comprensión del enrevesado argumento, como sucedió por ejemplo en Inception (10), donde sin música la película hubiera quedado despiezada. Y si recordamos obras maestras como, por citar un solo ejemplo, el Total Recall (90) de Jerry Goldsmith, entonces constatamos que la música, tal y como el cine siempre la ha querido, ya no es bienvenida.