Un abogado y profesor penalista está convencido que uno de sus alumnos más brillantes es el autor del brutal asesinato de una chica cometido frente a la Facultad de Derecho. Decidido a demostrarlo, emprende una investigación que acabará obsesionándolo.
El compositor aplica una música que recrea en una primera fase un ambiente turbio, de misterio, deliberadamente indefinido y que contribuye a generar una cierta sensación de inquietud ante lo inconcreto. Esta música paulatinamente va dejando los espacios ambientales y centrándose en torno al protagonista, a quien de alguna manera acosa y asfixia, para luego transformarse de modo sutil en una música que cede parte de su componente de misterio para ganar en lo obsesivo y desequilibrado y a imbricarse -no completamente- en la mente del protagonista. A ello contribuyen algunos elementos dramáticos -afligidos, pero moderados- que explican las razones del comportamiento del protagonista, en tanto de alguna manera sirven como referencia del daño ocasionado por el sospechoso del crimen, a quien el compositor hábilmente deja al margen de su consideración musical, dándole así más poder y astucia, en tanto la música debilita a quien le persigue. Es una creación en la que no hay mucho margen para la esperanza, que no genera buenas expectativas de resolución, y que se mantiene sustancialmente estática, inflexible, calculadora y desalmada. Es, de alguna manera, la música de la derrota.