Dos gemelos descubren el antiguo mono de juguete de su padre y una serie de truculentas muertes comienzan a ocurrir a su alrededor. Años después deben reunirse para destruir el mono antes de que acabe con las vidas de todos a su alrededor.
Frente a un filme que hace de sus excesos sus virtudes, de la estética de serie b y de la fiesta del gore, la banda sonora juega parcialmente las bazas que significaron el género especialmente en los años ochenta, y en este aspecto funciona muy adecuadamente. El problema es que salvo momentos muy puntales la música no se despega de lo que acontece, está más focalizada en enfatizar o subrayar los eventos que en trascenderlos, en aportar una perspectiva externa, festiva incluso, que involucre a la audiencia en este festín de sangre. En esos ochenta que se evocan, Jerry Goldsmith lo hacía de fábula.