Adaptación de la obra de Shakespeare, pero desde una perspectiva que mezcla lo clásico con lo moderno.
La partitura del compositor para este filme es algo así como una montaña rusa en la que uno sabe cómo comienza pero ni sospecha las emociones que le esperan en el viaje. Y es un viaje en el que la locura campa por sus anchas: grotesca y caótica, excesiva y en todo momento intensa, que no da respiro ni descanso.
Entremezcla coros arcaicos con el rimo de una big band, decadente música postromántica con pletóricas melodías... es una descarnada plasmación de la brutal anarquía que expone la propia película, pero nada se deja al azar, ya que procura mantenerse una coherencia estilística en la que los diversos resortes de esta banda sonora estén perfectamente entrelazados, a modo de una estructura melódica unitaria.