Secuela de Top Gun (86). Después de más de treinta años de servicio como uno de los mejores aviadores de la Armada, Pete Mitchell está donde pertenece, forzando los límites como valiente piloto de pruebas y esquivando el avance de rango que lo dejaría en tierra.
La tan reiterada -y practicada- idea de Hans Zimmer de que la música debe servir para facilitar una experiencia a la audiencia, a la vez que contribuir a la propia película ambiental, dramatúrgica o narrativamente se pone una vez más de manifiesto en este gran espectáculo en el que el compositor no se posiciona en rol protagónico y de liderazgo sino en el asiento de atrás, dando vigor y énfasis a las nuevas hazañas de Pete "Mavericks" Mitchel. Su música aquí no tiene ninguna complicación ni es especialmente elaborada: no tiene otra pretensión que la de convertir la película en un gran parque temático al que dotar de gran espectacularidad, epicidad y emociones puntualmente intensas, aportando -y lo hace estupendamente bien- un aire de nostalgia que evoca los años ochenta pero trayéndolos a nuestros tiempos, modernizándolos. Esta conexión con el pasado que se logra con la combinación de la música, las canciones y el tema principal del filme original, de Harold Faltermeyer, es lo más destacado y lo que mejor funciona pues añade un elemento emocional muy importante que favorece al propio personaje protagonista, dotándolo desde el mismo comienzo de un aura de héroe del pasado que se mantiene aún en pie, resistiendo casi como el último de su estirpe. La música es la de siempre en el compositor, llamativa y estupendamente bien producida aunque de poco calado. Pero la película es mucho más de Tom Cruise que de Hans Zimmer, y eso en realidad demuestra respeto por la película y por su personaje principal.