Un padre y su hija adolescente acuden juntos a un concierto de pop, donde se dan cuenta de que están en el centro de un suceso oscuro y siniestro.
En esta suerte de crossover de Shyamalan con Hitchcock y sobre todo De Palma la música resulta el problema más importante, tanto las canciones de Saleka Shyamalan como la música instrumental de la compositora. Las primeras son irrelevantes en la película, son solo canciones que deben sonar sin participar de modo alguno en la creación de cualquier dramaturgia. Mucho peor es la música, que es insípida, convencional y ni siquiera funcional: en algunas secuencias sirve para crear la consabida tensión y en otras -algunas de ellas las más relevantes- no sirve absolutamente para nada, resultando indiferente a lo dramático e invisible en la tensión. Es la peor banda sonora de toda la filmografía de Shyamalan y lamentablemente siendo de base (con todas sus incongruencias) un brillantísimo y divertido tributo a De Palma haber contado con Pino Donaggio homenajeando a De Palma hubiera elevado la película a otra dimensión, única.