A un joven guerrero se le otorgan fantásticos poderes para enfrentarse a poderosos demonios, en un mundo en el que conviven las fuerzas del bien, del mal y los mortales, mientras intenta salvar a la mujer que ama.
El compositor firma una banda sonora que sobresale más por su espectacular producción musical que por sus valores, sencillos en lo melódico e inconcretos en lo narrativo y lo dramático. En realidad, es casi toda ella una música para ensalzar, para impresionar y, claro, para gustar. Y lo hace en base a una serie de temas muy vigorosos, enfáticos y grandilocuentes, que amplían escenarios y dan al conjunto de la historia un tono épico, trascendente y legendario, lo que en sí es bueno. El problema surge cuando otros temas -aquí, el principal- pretende tener funciones explicativas pero en sus transformaciones apenas se aprecian las modulaciones de significado por la sobresaturación y el relleno de temas que no son tan importantes. Y al final, acaba siendo una banda sonora más estética que cinematográfica.