Zipi y Zape, dos traviesos mellizos, son internados en un colegio donde los juegos están prohibidos. Allí fundarán el Club de la Canica, la resistencia infantil que desafiará la autoridad de los adultos, descubrirán un misterioso secreto y vivirán la aventura más emocionante de sus vidas.
El compositor aplica y desarrolla una extensa y elaborada banda sinfónica que saca máximo partido y provecho de los códigos en el género, no solo en lo que se refiere a la sincronía y el énfasis de la acción y del ritmo narrativo. Se destaca especialmente por su hábil empleo de varios temas centrales rotundos que cumplen con sus respectivas funciones referenciales y que involucran e implican inevitablemente al espectador -muy especialmente el infantil- y lo meten en la película. Estos temas son claros y diáfanos, no son complejos pero tampoco simples, y dada la abundancia de música (temas secundarios circunstanciales) son el hilo conductor que se utiliza para mantener un continuum que empieza desde el primer momento y llega hasta el final, de modo que el conjunto de esta banda sonora no es simplemente una sucesión de temas sino una gran obra sinfónica, sólida y unitaria, edificada en base a varios temas que se incorporan, se posicionan y se interrelacionan, edificando una formidable estructura temaria.
El tema principal -de los niños- es cautivador, abierto y muy categórico, que se expande en varios momentos de la película pero que no experimenta importantes cambios en las formas ni en su significado, como sí sucede con otro tema central, el dedicado al grupo de amigos (el club de la canica), que tiene en principio un tono inocente, moderadamente picaresco y que en sus diversas transformaciones se va modulando para marcar las distintas facetas del sentido de aventura que representa (énfasis, peligro, determinación, etc). Ambas melodías son, naturalmente, positivas y empáticas, y llegan a converger. No menos cautivadoras resultan las músicas que se aplican en oposición y, aunque el tema más destacado de estas no llega a tomar la forma de contratema, su contraste ensalza más aquella música a la que se opone y, por supuesto, hace más fluida y clara la narración musical.
Toda la banda sonora es una autopista musical por la que circulan película y espectadores. Un camino en el que no hay obstáculos, donde todo lo que se quiere explicar está impecablemente explicado, donde los temas menores en ningún momento ahogan el devenir de los mayores -a pesar de la abundancia, no hay sobresaturación- y que mantiene un formidable tempo desde el principio hasta su final (si se obvia la inevitable y horrorosa canción impuesta). Una delicia.