Yo soy la primera que digo "Sí, mi bwana, si", y no me doy cuenta de que me estoy haciendo daño a mí misma por estar diciendo que sí por no causar problemas, porque nuestra profesión es que quieren a un compositor o compositora que no dé problemas, que sea "drama-free". Tienes que ser el alma invisible, tienes que ser quien ofrece soluciones (Vanessa Garde)
Ayer tuvo lugar en Bilbao, en el Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, Zibebi, una magnífica charla moderada por Olatz Beobide y en la que han participado Zeltia Montes, Vanessa Garde, Paula Olaz, Eva Gancedo, Aránzazu Calleja, Paloma Peñarrubia y Nerea Alberdi.
No es mi intención hacer un resumen de las casi dos horas de tertulia, que por su alto interés recomiendo vivamente ver pues se habla de cosas muy importantes. Se abordan cuestiones como las dificultades e inseguridades. Zeltia Montes por ejemplo comenta la diferencia entre componer en libertad o hacerlo ajustándose a unos patrones prefijados, y menciona los malditos temp tracks, algo que por desgracia sufren también los compositores. Lamentablemente no se ha hablado en esta charla un asunto capital que deberá abordarse para poder escuchar y tener la opinión de las mujeres compositoras: el impacto de la orden ministerial que favorece mediante subvención la presencia de mujeres en los equipos de las películas, que a la vez que las ha impulsado profesionalmente ha generado malestar -por la pérdida de proyectos- entre los compositores varones. Hicimos una encuesta y sus resultados fueron expuestos en varios artículos (puedes acceder a todos ellos en el índice al final de este artículo)
En esos artículos y en el editorial igualdad y desigualdad expusimos factores como la educación, la formación y la promoción como herramientas necesarias para que hayan más mujeres en el medio, pues de momento la desproporción es considerable. Zeltia Montes cita a Eva Gancedo como un referente determinante para dedicarse a la composición y el tener referentes, concuerdan todas, ayudará a que más chicas jóvenes se animen a ser compositoras. Aránzazu Calleja pone como ejemplo el impacto mundial del Oscar a Hildur Guonadottir, y cuenta como anécdota que en el colegio del hijo de Maite Arrotajauregi (junto a la que ha ganado el Goya este año) muchas niñas quieren ser compositoras. Efectivamente es de gran importancia tener referentes de cara a las nuevas generaciones. Forman parte de la solución, aunque sea a largo plazo.
Esta conversación entre compositoras que son profesionales -y que, insisto, no estoy resumiendo aquí- genera una gran confianza en el potencial de esta generación. Son activas, imaginativas, trabajadoras y sobre todo aman su profesión y respetan el medio que las acoje. Sus problemas, al menos los que exponen, no lo sufren solo ellas sino también los compositores, pero es factible pensar que por ser mujer alguno se agrava: por ejemplo, el esperar de ellas mucho más que de los hombres (tenemos derecho a ser mediocres, dice Calleja) y seguramente también la menor confianza que inspiran entre los directores y productores, algo que debe ser corregido con formación y con persuasión. Eva Gancedo explica la gran diferencia que hay entre componer con confianza (del director o directora) o componer con su desconfianza: te presionan de tal manera que te generan inseguridad. No te dejan hacer tu trabajo: una cosa es dirigir y la otra no confiar. También menciona la intromisión: yo estoy segura que lo que me pasa a mi les pasa a los demás. Los directores llevan mucho tiempo montando, la película es su niña y llegas tú y les invades porque la música, por poco que diga, puede ser muy invasora. Y yo les entiendo muchísimo, porque es muy invasora la música, con lo bueno y con lo malo.
Con todo mi respeto -que es mucho- a Gancedo, quiero discrepar y contestar una afirmación que entiendo dañina, falsa en los términos expresados y sobre todo contraproducente. Si, a nadie se le escapa que es absolutamente cierta la presión que dificulta la creación: se ha explicado incontables veces, y se agrava si el director o directora no confían. Gancedo cree que esto le sucede a los demás miembros del equipo y, aunque pueda ocurrir, no es lo que generalmente ocurre: esa presión usual en quienes hacen la música no la sufren tan regularmente (y por supuesto tan despectivamente en demasiadas ocasiones) ni los directores de fotografía, ni montadores, ni creadores sonoros, y ello se debe en parte a considerar que la música (y por tanto quienes la hacen) son invasores en la película, algo que Gancedo también afirma.
Esto es, por principio, rotundamente falso y profundamente injusto. Sí, por supuesto hay música invasora, entrometida, metida con calzador o intrusiva. Hay muchos ejemplos, pero también son abundantes los casos de música orgánica, surgida de dentro de la película, que construye dramaturgia y narración, que forma parte del todo, que nada invade sino que da forma y profundidad. Morricone no es invasor en las películas de Leone, ni Rota en las de Fellini, ni tampoco Gancedo lo fue en las de Ricardo Franco. Seguramente no se haya expresado bien, porque la afirmación es categóricamente incierta, pero si desde el propio ámbito de la composición se afirma que la música es invasora resulta bastante esperable que luego haya directores y productores que lo crean, tengan desconfianza y vean al compositor o compositora como alguien invasivo. Y lamentablemente no son pocos los que efectivamente lo perciben así: lo hemos visto y denunciado incontables veces.
A eso se añade que -y también se ha comentado en esta magnífica charla- los plazos son escasos, las presiones grandes y la música es el último o uno de los últimos eslabones de la cadena... pero cuando estamos tratando de educar, de formar y de convencer en el respeto a la música y sus creadores, y de dignificar su relevancia en el cine, es grave que se proyecte en la audiencia ideas como esa, porque los cineastas jamás son invasores sino creadores. Es este punto el único discordante en una charla que ojalá fuera más frecuente.