La serie de Netflix El cuerpo en llamas (23) se inspira en los hechos reales del famoso crimen de la Guardia Urbana de Barcelona. Son ocho episodios protagonizados formidablemente por Úrsula Corberó y Quim Gutiérrez, es una ficción notable con muchos momentos excelentes y tiene una estupenda música del compositor vasco Aitor Etxebarría, a quien auguramos un futuro prometedor en el medio audiovisual. Sin embargo, la crítica publicada por nuestro compañero Javier González es tibia tendiendo a negativa. Debo decir que suscribo cada una de sus palabras y opino lo mismo que él: es una buena música pero una mala banda sonora.
No tengo nada que añadir a su análisis pero sí una reflexión sobre el modo de ver esta serie: al contrario que en una película, que por principio se ve de un tirón, una serie televisiva puede verse de modo seguido o fragmentado: en un solo día, en varios días o incluso en semanas. ¿Cómo se planifica la música para que funcione de igual modo independientemente de cómo decida verla la audiencia?
En el caso de El cuerpo en llamas resulta singular y diría que también excepcional. A mi juicio la música funcionaría considerablemente mejor de ser vista la serie en diferentes días o semanas y no de modo seguido en uno o dos días. Yo la he visto (y admirado, también el caviar musical de Etxebarría) en dos días y, como he indicado comparto al 100% las consideraciones de Javier González: es una sobrecarga hastiante del mismo tema principal con cello. Una y otra vez, aquí y allá, sin lógica narrativa y en no pocas ocasiones intrusivo. Ahora bien, he pensado cómo sería y se vería por capítulos semanales y creo que funcionaría de modo espectacularmente mejor, sin saturaciones tanto por el descanso de la audiencia como por la conexión estética y dramática que uniría los episodios a pesar de las distancias en el tiempo en que fueran vistos.
Supongamos que la serie se emitiera los lunes: pues el segundo lunes la audiencia tendría conexiones estéticas y emocionales con el episodio anterior gracias a la música; y lo mismo con el tercer capítulo con respecto al segundo... y con el último con respecto al primero. Se forma un arco que para la audiencia no duraría ocho horas sino ocho días, ocho semanas, o lo que fuera. A diferencia de otras series donde sus temas musicales representan cosas concretas que la audiencia entiende (personajes, etc), en esta serie los temas son abstractos, por lo que tan continuados y reiterados provocan saturación, pero no si son separados en el tiempo. Pero de modo continuo y seguido genera una catarata de problemas, como expone Javier González: no funciona, su efectividad se pierde, satura y finalmente genera indiferencia. Y el final de la serie, en este caso, pudiendo ser de una intensidad emocional enorme acaba con una música exhausta, que ya no da más de sí. Y todo por no haber descansado ni dejado descansar.
¿No han pensado los creadores de la serie que habría público que la vería seguida, del tirón, y público que no? ¿Podría haberse hecho de modo que funcionara bien independientemente del modo en cómo se ve? Es claro que vista a razón de un capítulo diario (o semanal) la música funciona mejor. La solución podría ser una reducción drástica del número de apariciones del tema principal y espaciarlo para significarlo más y para marcar mejor los puntos dramáticos clave. Y en los lugares donde se quitara se podrían poner músicas secundarias que cumplirían la misma función fatalista y enfermiza, que tan bien señala Javier. A quienes vieran la serie del tirón la música no les saturaría y tampoco afectaría a quienes eligieran verla durante varios días o semanas pues la estética y la dramática se mantendrían activas y en continuidad lógica uniendo capítulos vistos con amplio margen de tiempo.