Capítulo anterior: Nuevos tiempos (XI): España, una tímida apertura
Si los cincuenta fueron convulsos, los sesenta lo fueron aún más: las férreas políticas de los estudios entraron en una irreversible crisis y decadencia, perdiendo progresivamente las señas de identidad con las que tanto se habían caracterizado, pasando a ser fábricas de hacer cine que, en la mayor parte de los casos, ya no tuvieron en cuenta las tradiciones estéticas. La muerte de los magnates y la entrada de nuevos dueños que no habían vivido ni conocido el esplendor de los treinta, cuarenta y parte de los cincuenta, facilitó estos cambios. La vorágine por obtener los mejores resultados en taquilla llevó a la realización de algunas megaproducciones que, en numerosas ocasiones, provocaron sucesivas bancarrotas, como lo que le aconteció a 20th Century-Fox primero con Cleopatra (63) y, más tarde, con Hello, Dolly! (69) a MGM con Mutiny on the Bounty (62) o a Paramount con The Fall of the Roman Empire (64)
Por contra, los hasta entonces considerados estudios menores son los que emergieron de forma notable, sobresaliendo United Artists con éxitos como Judgment at Nuremberg (61) West Side Story (61) o In the Heat of the Night (67). También Columbia multiplicó el volumen de sus arcas con The Guns of Navarone (61) Lawrence of Arabia (62) o Guess Who’s Coming to Dinner (67) Solo Warner no sufre especial variación con respecto al pasado, conociendo triunfos con My Fair Lady (64) o Bonnie and Clyde (67), entre otros.
Los sesenta marcaron un nuevo rumbo que también encontró exponente en la música. Esta década se caracterizó por la introducción de movimientos más acordes con los ritmos imperantes entre los jóvenes. Así, el pop o el rock, además de servir muy bien a sus películas, vendieron discos. Y a miles. Ello ayudó al cambio y la música de cine se enriqueció al ampliar su abanico estilístico. Los sesenta serían años dominados por nuevos compositores que se impusieron sobre los tradicionales, también en Europa.
Fue el fin de los viejos tiempos: el nuevo decenio dio paso a nuevos compositores y despidió a otros que habían alcanzado la gloria en el pasado. Fue el adiós definitivo de Dimitri Tiomkin, que se fue por la puerta grande: en sus manos estuvieron varias de las mayores superproducciones de la época, donde pudo explayarse con su habitual grandilocuencia. Había comenzado la última década de su filmografía con los westerns The Unforgiven (60) y The Alamo (60), y después vendría la espectacular The Guns of Navarone, 55 Days at Peking (63) o The Fall of the Roman Empire, casi dos horas y media de música que Tiomkin justificó así:
Mi única intención fue la de reaccionar de forma espontánea a los elementos dramáticos que gradualmente empecé a ver y apreciar en la película. Comencé a segmentar los pasajes dramáticos y líricos y me encontré, para mi sorpresa, involucrado no con personajes de hace 18 siglos, sino con seres cuyos problemas eran exactamente los mismos que los presentes y coincidentes con todo drama humano. Esos personajes estaban vivos, cerca de mí. Y entonces comenzaron a surgir las melodías. [CD «The Fall of the Roman Empire» (Varèse Sarabande)]
Su último filme fue Chaykovskiy (70), película soviética sobre la vida del compositor, que Tiomkin produjo y adaptó. Fue su despedida del cine, curiosamente en el país del que había salido muchos años atrás.
Los últimos años en la vida y obra de Alfred Newman estuvieron dedicados a cuatro colosales filmes. Se marchó de 20th Century-Fox en 1960, disgustado por los cambios que se estaban produciendo, y emprendió la parte final de su carrera sin sujección a estudio alguno. El primero fue How the West Was Won (63), una de las bandas sonoras más espectaculares de su obra. Volvería al western en Nevada Smith (66) y luego escribió la música del filme religioso The Greatest Story Ever Told (65). Cerró su carrera con Airport (70), con un tema principal que se hizo muy popular, y murió a las pocas semanas de acabarla.
Franz Waxman murió en 1967. Inició la última década de su vida con el western Cimarron (60) y con el título de aventuras Hemingway’s Adventures of a Young Man (62). Trabajó en la espectacular Taras Bulba (62) padeciendo ya una grave enfermedad pero, pese a ello, escribió una partitura de fuerza sorprendente. También fue el final de Jerome Moross, no por fallecimiento sino por su retirada del cine, que se produjo poco después de haber creado emotivas partituras para The Cardinal (63) Rachel, Rachel (68) o las épicas The War Lord (65) y The Valley of Gwangi (69) Con estos cuatro puntos finales, se cerró una etapa gloriosa en la música de cine.