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MI TRIBUTO A WILLIAMS

27/12/2019 | Por: Conrado Xalabarder
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Andrés Valverde (Sevilla, 1980) es compositor y autor de dos libros fundamentales en torno a John Williams: John Williams: vida y obra (Berenice, 2013) y Star Wars: la música (Berenice, 2016) Coincidiendo con el fin de la saga galáctica, comparte con MundoBSO unas reflexiones personales sobre la obra del maestro.

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Por Andrés Valverde

Con Star Wars: The Rise of Skywalker (19) John Williams cierra uno de los repertorios más exitosos y fundamentales de su carrera. La Navidad de 2019, fecha de estreno de esta película, representa la histórica despedida de un legado musical que comenzó en 1977. Magna obra enmarcada en un total de nueve películas (tres trilogías), todas arropadas por un grandioso tapiz sinfónico que nos acompañará siempre. Sin embargo, y por fortuna, Williams es muchísimo más que su denso patrimonio galáctico. Asimismo, y sin ánimo de entrar en demasiados detalles musicales o analíticos (para eso os invito a leer mis libros John Williams. Vida y obra y Star Wars. La música), considero interesante la invitación de MundoBSO a reflexionar sobre el gran compositor norteamericano; invitación promovida con motivo del nuevo estreno de Lucasfilm (Disney). Y claramente es buen momento para rendirle otro personal tributo al maestro, pues su calidad y buen gusto se merecen todos los homenajes posibles. Por ello, el título de último gran maestro de Hollywood no sólo es justo sino bien merecido gracias a su larga y fructífera carrera. Asimismo, quiero dejar claro el tono laudatorio del texto, proveniente de un estudioso de su obra pero ante todo un fiel seguidor desde hace más de 25 años. Algo que, en este caso, no resta objetividad en muchos de sus planteamientos. Y a los hechos me remito. Hablemos por tanto de Williams.

En primer lugar, me gustaría destacar su capacidad para difundir entre el gran público una música sinfónica de altísimo nivel, con soluciones orquestales que fuera del contexto cinematográfico resultan inconcebibles para el consumo masivo. Esta forma de comprender a John Williams la he defendido y argumentado en diversas entrevistas para radio y prensa. Demostrando que la asistencia de público a un concierto sinfónico, con una selección de obras (mal llamadas) clásicas, sería minoritaria. Paradójicamente, parte de las soluciones musicales de Williams beben directamente de estas obras, así como de muchas otras; vislumbrando un vasto conocimiento del repertorio sinfónico, pero también del jazz, que emplea en sus soluciones orquestales más de lo que pueda parecernos. Así, el maestro divulga el repertorio sinfónico a través del cine. Y lo hace con un inagotable despliegue de recursos, todos ellos al servicio del producto cinematográfico. Por otra parte, consciente de esta relativa sumisión hacia la película, crea un doble producto. Hablamos de la partitura empleada y del álbum comercial, este último siguiendo una clásica tradición por las suites y los arreglos de concierto. Williams se saborea tanto en el cine como en la sala de conciertos, sin necesidad aquí de efectos y apoyos visuales, siendo suficiente con el propio poder evocador de sus partituras.

Con ello, queda demostrada la gran fuerza del cine y su música aplicada, gracias a la filmografía del octogenario compositor, que ha logrado educar el oído musical de millones de espectadores en todo el mundo. Algo que otros magníficos compositores para cine consiguieron de forma esporádica, pero menos extendida. Estos carecieron del intenso, y continuo, respaldo de la mercadotecnia asociada a las grandes franquicias cinematográficas. Es aquí, donde la difusión de las grandes producciones del cine comercial, han contribuido en la formación, y en especial, al fomento de la vocación musical en muchísimas personas.

No son pocas las anécdotas de instrumentistas o compositores que decidieron, tras maravillarse con la obra de Williams, dedicarse a la música de cine. Por ello, es de agradecer que productos audiovisuales de gran consumo recurran a técnicos y artistas de altísimo nivel, siendo la figura de Williams una especie de clásico buque insignia de los máximos estándares de calidad, en un término que suelo definir como sinfonismo comercial. Entiéndase aquí lo comercial de un modo positivo, por su capacidad educativa y divulgativa. Una suerte de factoría williamsiana, a modo de glosario sinfónico de los Siglos XIX y XX, a los que aporta su genialidad y propios logros artísticos, que no son pocos. Además, el maestro, lejos de conformarse con crear una gran música, tiene muy presente su función narrativa, de apoyo y subrayado fílmico. Es aquí donde nuevamente nos asombramos, pues su comprensión de los resortes estructurales cinematográficos nada tiene que envidiar a su capacidad musical. La obra del maestro, lejos de suponer un mero apoyo sonoro, insufla de vida a la película aportando un alma narrativa que el guion y el montaje no pueden ofrecer. No solo hace más comprensible lo visto en pantalla, además alcanza directamente el núcleo emocional de la historia y sus personajes (Williams cineasta). Puede apreciarse, a su vez, una concepción operística, en especial para franquicias como las de Star Wars. Y si bien, otros autores antes que él lo han logrado, ninguno con unos estándares de calidad tan altos dentro del cine comercial; al menos de forma tan continuada. Un cine de espectáculo, de palomitas, que se enriquece y alcanza un prestigio artístico (en su aplicación musical) antes reservado a otros circuitos y tendencias cinematográficas. Aquí debemos estar muy agradecidos al binomio Spielberg-Lucas, que no dudaron en apostar firmemente por el maestro; en un tiempo en el que poseía ya gran prestigio, pero aún sin alcanzar el marchamo de gran estrella.

Williams también es sensible al oyente y al espectador, regalando al primero nuevas partituras llenas de matices y pasajes nutridos de buen gusto y maestría, mientras que al segundo lo transporta al núcleo sentimental y dramático de la historia, con pasajes llenos de esperanza, aventura, dramatismo y fantasía. Por lo tanto, la satisfacción es doble para el amante de la música cinematográfica, cuyo placer estético llega en ocasiones a ser total. Una especie de síndrome de Stendhal para melómanos y cinéfilos. Solo el maestro ha sido capaz de ofrecernos esto durante tantos años, sin desfallecer en el intento por mantener una apabullante creatividad y capacidad de trabajo. Con algunos altibajos, claro está, pero al maestro (a estas alturas) todo se le perdona. Ya sabemos quién es, lo que representa y la suerte que tenemos de poder vivirlo en tiempo real, pues resulta muy necesario destacarlo en vida por razones evidentes, sin necesidad de esperar a su ausencia para emprender el inoportuno derroche de alabanzas.

Dicho esto, confieso que el placer estético que me ofrece Williams se inclina más a lo puramente musical. Y a partir de ahí disfruto y analizo el resto. Muestra de ello, son los discos que compré, y poco después escuché, durante mi adolescencia sin haber visto la película. Tanto es así, que mi conocimiento cinematográfico nació de la música. Eran años de conservatorio y apasionamiento; de primeros intentos de composición. Por ejemplo, la fabulosa partitura de The River (84) la descubrí en una de mis búsquedas en tiendas de discos. Y pasaron muchos años hasta que al fin vi la película. En estos casos, la experiencia cinematográfica es muy interesante, pues al tener asimilada e interiorizada la partitura, se disfruta el visionado con una extraña y útil familiaridad. Aquello quizá no cumplía la ortodoxia, pero no sería la primera ni la última vez.

En definitiva, mi pasión cinéfila parte de la música de Williams y sigue nutriéndose de ella, ya que gracias a su lujoso apoyo sonoro logro sumergirme en la clásica y genuina experiencia de ir al cine; siguiendo unos ritos más cercanos al público operístico que del espectador para la gran pantalla. Recordemos la esencia de gran espectáculo fomentada desde los inicios del Hollywood clásico, con unas majestuosas salas más parecidas a teatros de ópera que a las tristes multisalas de nuestros días. Williams, a través de su música, remite a ese glorioso pasado que tanto fascina a Lucas y Spielberg.

El tiempo pasa, y cada vez es más difícil conmover al espectador, saturado de producciones audiovisuales y falto ya de la dulce ingenuidad del pasado. Sin embargo, la música del maestro logra todavía, como último reducto del mejor cine clásico hollywoodiense, tocar nuestra fibra sensible. A veces nos evoca una regresión a nuestra niñez, y no son pocas las películas que, gracias a la música del compositor, ocupan un lugar preferente en el recuerdo y el corazón del espectador. Tanto al masivo como al más versado en su obra. Al primero le seguirá emocionando el final de E.T, los créditos iniciales de Star Wars o las secuelas más aventureras de Indiana Jones; mientras que el segundo, además de en esto, obtendrá placenteros momentos en partituras como Nixon, Sleepers, Saving Private Ryan o Angela's Ashes, por mencionar solo unos cuantos ejemplos de su otro cine.

Conocer en profundidad la obra de un compositor, en este caso de Williams, supone alcanzar un estadio de sincera humildad, en el que comprendes como al llegar a ese punto, comienza el verdadero conocimiento del autor; del artista. Esto quizá explique mi bibliografía hasta el momento, compuesta por dos monográficos dedicados al maestro y un tercero aún en preparación, pues a medida que me adentro en su legado, más posibilidades de investigación se presentan ante mí; teniendo presente en todo momento, que estamos frente a un artista con mayúsculas, más allá del profesional de dilatada experiencia en la industria. Un autor que engloba enriquecedoras variantes estilísticas, pues está el Williams de las sagas y franquicias (el más popular), pero también el de su importante y variada filmografía, sin olvidar la obra de concierto y conmemorativa. Composiciones, estas últimas, de gran valor, aunque eclipsado por su repertorio más popular. Algo que, desde mi modesta labor, he procurado destacar en mi primer libro. Quienes lo hayan leído, sabrán que ofrezco la misma importancia al cine que a sus piezas de concierto, pues John Williams es uno de los mejores compositores norteamericanos de los Siglos XX y XXI, al nivel de compatriotas como Aaron Copland y Leonard Bernstein, de los cuales, por cierto, aprende y en ocasiones mejora incluso su legado. De hecho, Williams (en parte de su obra) es una especie de Aaron Copland mejorado. Es más, sus partituras de temática norteamericana así lo demuestran; tanto las de cine como las de concierto. Y no son pocas, dicho sea de paso. Que se lo pregunten a la Sinfónica de Boston o a la Banda de la Marina de los EE.UU. Formaciones que interpretan con patriótico orgullo dicho repertorio, encabezando una tradición que se extiende a cientos de bandas y orquestas semiprofesionales o directamente amateurs por toda Norteamérica; en colegios, institutos, universidades y, por supuesto, conservatorios. La música americana del maestro es patrimonio nacional, mientras que el resto de su obra forma parte ya de toda la humanidad.

Por otro lado, y volviendo a la saga galáctica, es justo argumentar tanto la indiscutible calidad del trabajo como también la aparente sobrevaloración receptiva del público, el cual se rinde en demasía a las cualidades de la partitura por el mero hecho de pertenecer a Star Wars. Pero curiosamente, en este caso concreto, el entusiasmo es bien merecido. Por ejemplo, en The Rise of Skywalker nos ofrece tanto un nostálgico glosario de la grandeza williamsiana como el magnífico recordatorio de un autor que, a su avanzada edad, sigue comprometido con su legado creando nuevas piezas de concierto y pasajes de acción de extraordinaria calidad. Un verdadero derroche de medios y poderío sinfónico bajo su batuta. Por ello, merece el mayor de los reconocimientos. Más aún en un tiempo, donde la decadencia creativa, síntoma directo del clima social, brilla notablemente. Williams en este sentido es un oasis de esperanza. Un reducto de calidad dentro de la insensible vorágine consumista.

Que el compositor, cercano a los 88 años, haya cerrado el inmenso ciclo sinfónico iniciado en 1977, es suficiente motivo de alegría para el fan, el melómano y la industria. Un hecho encomiable, que forma ya parte de la Historia dorada de la música cinematográfica. Pero no debemos olvidar lo más importante de todo: el maestro únicamente ha cerrado un importante capítulo, pues en su vigorosa y habitual calidad orquestal, aún nos regalará nuevas músicas, pues existe un fabuloso autor más allá de Star Wars. Solo hemos terminado un capítulo, y es justo recordar que el gran libro de Williams contiene muchas otras páginas. Las ya escritas y las que quedan por hacerlo.

Larga vida al rey.

Andrés Valverde (Sevilla. Diciembre 2019)

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