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Henry Mancini, que fallecería en 1994, arrancó la década con el esplendoroso musical de Blake Edwards Victor/Victoria (82), con espléndida partitura, pero luego sus colaboraciones con el director perderían fuerza: tanto en A Fine Mess (86) como en Blind Date (87) la música fue escasa y en Switch (91) ni siquiera la canción con que comenzaba el filme era suya. Solo sobresaldría Sunset (88), por su tema principal inspirado en los mejores westerns. Fuera de Edwards, prevaleció en su esencia en dramas dirigidos por Paul Newman, Harry and Son (84) y The Glass Menagerie (87), con delicadas músicas intimistas, en la partitura sinfónica y grandilocuente de Lifeforce (85), en la comedia paródica Without a Clue (88), con Sherlock Holmes de personaje protagonista, o en sus dos incursiones en el género de animación: The Great Mouse Detective (86) y Tom and Jerry: The Movie (92), donde escribió dinámicas creaciones con su mejor sello. Su último filme fue Son of the Pink Panther (93).
Otros compositores no murieron, pero se retiraron al no encontrar buenas oportunidades o para dedicarse a la televisión o a sus carreras concertistas. David Shire, por ejemplo, hizo filmes menores, como Only When I Laugh (81) o ‘Night, Mother, (86), con partituras intimistas, o una espectacular recreación musical en Return to Oz (85), una de sus mejores obras que, sin embargo, se estrelló en las taquillas y le confinó a más proyectos menores, hasta que prácticamente dejó el medio.
Leonard Rosenman, por su parte, hizo una brillante partitura nostálgica en Cross Creek (83) y una digna aportación en Star Trek IV: The Voyage Home (86), pero todo lo que luego se le ofreció fueron películas como Robocop 2 (90) o peores y también abandonaría el cine. Toru Takemitsu, en cambio, se despidió por la puerta grande: hizo Ran (85), de Akira Kurosawa, una de sus creaciones más celebradas y una obra maestra, y luego trabajó con Shoei Imamura e Hiroshi Teshigara en Kuroi ame (89) y en Rikyu (1989), respectivamente.