La pasada semana Londres acogió en días consecutivos (25 y 26 de octubre) sendos conciertos de Brian Tyler y de John Williams, si bien este último fue conducido por Dirk Brossé tras anunciarse la hospitalización del venerable Williams en cuanto llegó a Londres. Por la misma razón se cancelaron los dos conciertos que tenía previsto dirigir en unos dias en Viena. Naturalmente, nada hay más importante que la salud del compositor y su ausencia en el escenario del Royal Albert Hall fue lamentada por la totalidad de los asistentes y participantes por ese preciso motivo. Pero hay otros motivos de lamentación, que extiendo a ambos conciertos: uno por su irrelevante música a pesar de lo amplio y variado del programa y el otro por su programa ultraconservador y obvio a pesar de lo sublime de su música.
John Williams es MÚSICA, con mayúsculas, y una gran razón para seguir peleando por la música de cine y por su reconocimiento; Brian Tyler es, ante todo, espectáculo, industria y negocio: la gran diferencia es que con Tyler, cuando llegas al tercer tema en su concierto ni recuerdas cómo era el primero, mientras que con Williams, en el décimo sigues vibrando con el impacto del primero. Un concierto de Tyler depende de su energía y show gestual en el podio, donde se mueve a la manera de danzarina ballerina para formar parte inseparable del todo, mientras que con música de Williams el podio puede, si se quiere, ser invisible al espectador: todo lo que se necesita es que la música fluya. Son diferencias evidentes en la manera de plantear los conciertos, como evidentes son las diferencias en las músicas de ambos compositores. Lo de Tyler es sustancialmente una enorme y gran producción que solapa un gran vacío musical, con temas muy llamativos, impactantes, también efectistas, que necesitan de la amplificación incluso en una sala de concierto perfectamente cualificada para conciertos de música sin amplificación alguna. Pero si no se escucha alto, fuerte e intenso en verdad no se escucha nada que sea interesante. Con algunas excepciones sus temas son vacíos, no explican nada, no tienen personalidad, son perfectamente intercambiables, se olvidan con rapidez y la mayoría no resistirían una versión a piano.
Tyler despierta grandes entusiasmos y ovaciones pero no se considera que cuando Williams falte y la industria tenga su estilo de música por obsoleta entonces vendrán los llantos y las rasgaduras de vestiduras cuando la creación autoral y artesanal sea pasado y lo industrial y rutinario sea lo que se imponga, porque si se ha celebrado sin cuestionarlo, entonces se impondrá. De todos modos no todo lo que sonó en el concierto de Tyler es desdeñable, y en cierta manera es lo más lamentable: el compositor tiene obras muy buenas, pero son aquellas que forman parte de su primera etapa, cuando no estaba al servicio completo de la vorágine de la industria. Así se destacaron con añoranza las músicas de Children of Dune (03) The Greatest Game Ever Played (05) o también las recientes Yellowstone (18) o la música que ha arreglado para el logo de Universal, inspirada. Fuera de eso, todo son fuegos artificiales muy artificiosos y con muy poco contenido: mucho ruido, pocas nueces.
Sin ánimo catastrofista, creo que los días de la música de John Williams están contados, al menos en las películas de más presupuesto. Hace casi tres años publiqué el editorial El cine sin John Williams, al que me remito, donde expuse:
Temo que sea un tipo de música que, una vez Williams no esté, la industria hollywoodiense no quiera escuchar en las películas que ellos financian, como de hecho ya está pasando. Por resultar demasiado complicada, demasiado elaborada, incluso demasiado antigua.
Creo que pese a las seguras discrepancias que generará este artículo nadie cuestiona la superioridad absoluta de Williams con respecto a Tyler, en todos los niveles: si queremos atraer hacia la música de cine a los melómanos que escuchan conciertos de clásicos, lo mejor es evitarles un concierto de Tyler pues con seguridad saldrán sin querer saber nada más de la música de cine, lo que no sucederá con Williams.
El concierto con la música de Williams fue, en su ejecución, espléndido, con un competente Brosé y una entregada London Symphony Orchestra, y pese a la ausencia de Williams, hubo un lleno casi completo. Por poner algún pero, considero algo desangeladas las piezas de Dracula (79) y de Close Encounters of the Third Kind (77), pero hay algo que me interesa mucho más resaltar, y es que no comprendo cómo es posible que en el Royal Albert Hall y en el regreso de Williams tras muchísimos años el programa haya sido tan obvio y común: varios temas de la saga Star Wars, Harry Potter, Indiana Jones y los hits... lo de siempre, por muy maravillosos que sean. ¿Alguien duda que si se hubiera anunciado el concierto de Williams con el programa en blanco no se hubieran vendido todas las entradas? ¿Por qué, entonces, ofrecer un concierto con la música de siempre, por todos conocida? ¿He de dar lista de posibles temas menos populares y que harían glorioso el concierto? Jane Eyre (70) The River (84) A.I. Artificial Intelligence (01) o un etcétera afortunadamente largo...
John Williams es mundialmente famoso, pero es autor de maravillas que son menos conocidas por el gran público. Pero si al público solo se le ofrece la música que conoce, entonces se genera la idea de que lo que se le ofrece es lo único realmente interesante que tiene. ¿Qué sucedería si sistemáticamente, en eventos de máxima relevancia como lo ha sido este, de Mozart solo se programara el Réquiem o Las bodas de Fígaro? Probablemente los seguidores de Mozart acabarían protestando ante la sala de conciertos y exigirían mayor amplitud en el repertorio.
El programa del Albert Royal Hall preparado para el que iba a ser el gran regreso de Williams a Londres ha sido un programa como el que se puede encontrarse en cualquier concierto de música de cine. Sin ir más lejos, el que oferta la FSO con Constantino Martinez Orts al frente es infinitamente más completo e infinitamente más interesante que el del Royal Albert Hall con la LSO. Ciertamente ni la FSO no es la LSO ni Martinez Orts es Williams, pero me pregunto por qué Londres pudiendo ofrecer un concierto insuperable, único e inolvidable se ha limitado a poner en el escenario a un becerro de oro para que sea por todos adorado y esté hasta mal visto que sea cuestionado.