Hay buenos y malos conciertos con música de cine. Eso no guarda relación alguna con afinidades, gustos o criterios personales que se pueda tener sobre esa música, pues tanto una adorada puede ser destrozada como otra que deje indiferente ser impecablemente interpretada. El concierto The World of Hans Zimmer - A Symphonic Celebration, que tuvo lugar en el Palau Sant Jordi de Barcelona, el pasado viernes 5 de abril, fue un espectáculo apoteósico, e independientemente de que hubiera músicas más interesantes que otras, en casi todos sus aspectos resultó sobresaliente. Unas horas antes tuve la oportunidad de intercambiar unas breves impresiones con Hans Zimmer en la suite del hotel donde se alojaba. No fue propiamente una entrevista, tal y como adelanté en el editorial del viernes Mi charla con Hans Zimmer, sino una conversación sobre puntos concretos.
¿Y eso es malo?, me respondió Zimmer cuando empecé preguntando cómo era posible que después de tanto logrado muchísima gente, fuera y dentro de la industria, siga creyendo que la música de cine consiste solo en poner música. ¿Pero qué hay de todo lo que por ejemplo usted mismo ha hecho para que tengan forma y sentido?
De alguna manera un buen tramo de la primera parte del concierto fue casi como una preparación, una pista de despegue, para catapultarlo hacia las alturas en un final de esa primera parte y luego hacia una segunda parte gloriosa. Varios factores funcionaron impecablemente bien: una orquesta y coros sin tacha, bajo la batuta de Gavin Greenaway, así como la entregada participación de Lisa Gerrard y Asja Kadric (cantantes) Katharina Melnikova (sopranos) Rusanda Panfili (violín solo) Marie Spaemann (cello solo) Pedro Eustache (vientos) Eliane Correa (teclados) Aleksandra Šuklar, Lucy Landymore y Luis Ribeiro (percusiones) Amir John Haddad y Juan García-Herreros (guitarras) También una sonorización impecable y una atractiva escenografía con juego de luces y grandes paneles de pantallas movibles que permitieron ver escenas e imágenes de las películas y a Zimmer presentando, solo o en compañía, algunos temas.
Algunas de estas presentaciones pregrabadas resultaron algo largas e interrumpieron en parte la magia que se iba creando en el concierto, desde luego para aquellos que no entendían el inglés y especiamene el inglés con marcado acento alemán de Zimmer. La falta de subtítulos al menos en el panel más grande o un doblaje superpuesto (doble voz, sin tapar la original) provocó que no pocas de las explicaciones y anécotas -y algún chiste- no llegaran a la audiencia. Esto fue, de todo lo acontecido, lo único reseñable negativamente, porque aunque el inglés sea un idioma universal no puede esperarse que todo el mundo lo entienda, y la gente que ha pagado entradas no baratas merece que toda la experiencia del concierto se le ponga a su alcance.
-Usted afirma en su tutorial de vídeos que más que compositor se ve a sí mismo como cineasta. Ennio Morricone, en su libro, dedica el primer capítulo a hablar de la importancia del ajedrez, y lo remarca como forma de entender por dónde debe ser llevada la música para conseguir un propósito. ¿A usted como compositor le importa más el camino y como cineasta le importa más el destino?
-Sí, en las películas el destino es fundamental, pero a veces cuando ese destino es una respuesta no resulta tan interesante como las preguntas que se han planteado. Hay que dar algún tipo de experiencia a los espectadores, sea para llevarlos a un momento de resolución o no, a veces simplemente lo mejor es no dar respuestas a las preguntas planteadas.
El concierto arrancó con una suite de The Dark Knight (08) que de algún modo sirvió para meter a los espectadores en el contexto de lo que iba a ser el espectáculo por venir. La música, siendo imponente, parecía más supeditada al juego de luces y a mostrar las posibilidades visuales de las pantallas, y resultó ser un muy atractivo prólogo, cuyo relevo tomó King Arthur (04), una obra menor, vistosa pero excesivamente ampulosa y falta de sutileza, algo que luego intentó lograrse con la desnudez de la guitarra en Mission: Impossible 2 (00) que tampoco ofrecía una música singularmente atractiva, más allá de la pericia de su intérprete. Cuando la orquesta se sumó algo mejoró, pero para recordar que esta participación del compositor en la saga es musicalmente más cercana a un espectáculo del Cirque Du Soleil que de las aventuras de Ethan Hunt.
La bella música romántica de Pearl Harbor (01) dio un respiro y aportó el primer momento cálido del concierto, lo que funcionó estupendamente bien como interludio de la siguiente pieza, la también vibrante Rush (13), uno de los mejores momentos de esta primera parte, al que de todos modos se llegó con cierta saturación: pese a la pausa de Pearl Harbor todo empezaba a parecerse demasiado. Afortunada e inteligentemente hubo un viraje con una extensa suite de The Da Vinci Code (06) que llevó a la audiencia por terrenos completamente diferentes, ni aparatosos y vibrantes ni tampoco sentimentales, sino intensamente dramáticos y también oscuros como punto de partida para derivarlo hacia un destino que sí fue vibrante e intensamente hermoso y que daba respuesta de modo visual y musicalmente impecable a lo planteado y expuesto.
La música siempre gana, le digo a Zimmer, el espectador nunca cuestiona lo que le diga la música. En el cine nada hay más importante que la cámara, pero nada es más poderoso que la música.
Zimmer me respondió y también lo demostró con ejemplos supremos en la segunda parte del concierto, un éxtasis de celebración de la música pero también del oficio de cineasta.