Cortometraje. Un joven entra accidentalmente en un piso, mientras intenta atrapar a su perro. Allí se queda encerrado y algo lo va a empeorar...
Un prometedor arranque musical abre el camino a este magnífico cortometraje, donde se mezclan y confunden distintas emociones y se fomenta una cierta sensación de caos que se focaliza en su desesperado protagonista. Así, un tema abierto y ligero, desenfadado, le acompaña en sus primeros momentos, no adelantando ninguna clave de lo que va a acontecer a continuación. Una vez en el apartamento ajeno, el protagonista es víctima de su situación pero también de unas músicas que, aparte de aplicarse para las acciones concretas, sirven para enfatizar su pérdida de control y de orden, en una gama que abarca desde la tensión hasta la desesperación, todo ello hecho con precisión y rigor y con la consecuencia de que todo se vuelve mucho más imprevisible, hasta que hay una resolución dramática que hace que se vuelva a establecer cierto orden. Por desgracia, en el epílogo, donde sería fundamental una conclusión musical que evidenciara que ha habido un antes y un después de lo vivido, se inserta una canción tan inadecuada como perfectamente olvidable que rompe por completo la lógica establecida en la música e, impidiendo una comparación con las primeras secuencias, evita remarcar el cambio experimentado en el protagonista, ni siquiera como referente de su alivio, en tanto esta canción sirve más para pretender gustar (al espectador) que para explicar la sensación del sufrido personaje. Se acompaña de Un mundo cuadrado (11).