Tres amigos descubren un lugar oculto donde viven un hombre y su extraño hijo que no tienen ninguna intención de que los tres jóvenes revelen los oscuros secretos de su existencia.
Brillante creación que tiene varios puntos en común (en estructura y discurso) con la que hiciera Christopher Young para Drag Me to Hell (09), donde a su vez aplicaban métodos ya explorados previamente en el cine pero que tan buenos resultados han dado. Como en la película de Sam Raimi, aquí un magnífico tema inicial (también será el principal) liderado por violín, abre el filme con un tono solemne, intenso y apasionado, casi ceremonioso, deliberadamente grandilocuente y siniestramente bello. Es la puerta que conduce al infierno, atractiva y fagocitadora, que el compositor expone a modo de danza macabra y que le servirá de referencia en transformaciones dramatizadas y que se volcará en contra de los personajes y espectadores. Este tema principal es el líder de una manada de temas agresivos, hostiles, sustancialmente ambientales y pesadillescos, un ejército de músicas que quitan oxígeno al entorno pero que mantienen similar tono demencial y grotesco, a veces sutilmente y en otras de modo más explícito. Frente a ellos, una sencilla música lírica y afligida, bella y liberadora, pero que poco puede hacer por contestar tanto acoso. En su conjunto, un discurso bien estructurado y muy eficiente.