Versión libre del popular cuento de los hermanos Grimm, ambientada en España durante los años 20. Blancanieves es una bella joven con una infancia atormentada por su terrible madrastra. Huyendo de su pasado, Carmen emprenderá un apasionante viaje acompañada por sus nuevos amigos: una troupe de enanos toreros.
Es inevitable la comparación con The Artist (11). Ludovic Bource hizo algo que no ha logrado Vilallonga, y fue sostener la película con su música, desde el principio hasta el mismo final, metiendo a la audiencia en ella, involucrándola emocionalmente y haciéndola partícipe. Vilallonga, por el contrario, tarda más de una hora en hacerse con el control del filme, no mete al espectador sino que mantiene distancias, no involucra emocionalmente ni consigue que el espectador sea partícipe de la comunicación musical, salvo en algunos momentos puntuales. En términos globales, su música es fría y aséptica y lo es desde el mismísimo comienzo, con un tema inicial neutro, inexpresivo, que no avanza nada de lo que se avecina, y que luego prosigue con una serie de escenas mucho más intensas en lo visual que en lo musical, llegando a ser en algunas secuencias importantísimas (como la elipsis donde la niña se transforma en joven) inexplicablemente apática.
Como resultado, las escenas más recordadas (y las que ahora son más aplaudidas) son precisamente las menos interesantes dramáticamente: aquellas en las que se emplea folclore, porque son las únicas llamativas y las únicas en las que el compositor logra -no era demasiado difícil- implicar al espectador. Pero, ¿y el resto?. Está bien poner el sonido del theremin para resaltar la maldad de la bruja, pero es abiertamente insuficiente si solo se emplea como cita, si luego no tiene un desarrollo melódico que engrandezca al personaje, que le otorgue más poder. Y es que otro de los grandes problemas de este fallido guión musical es la debilidad melódica durante su primera hora de metraje, con músicas ad hoc, que resuelven escenas concretas pero que no sirven para construir, sino solo para cumplimentar. Y no del todo bien sincronizadas, por cierto: no son pocas las secuencias donde pasan muchas cosas (cambios de plano, trávellings, giros expresivos, etc) y la música mantiene una irritante linealidad.
Esta falta de expresividad decidida y valiente provoca que el espectador no se guíe por la música (como es lo que habitualmente conseguía la música en el cine mudo) sino que se limite a seguir los acontecimientos de la película, más pasiva que activamente, por cierto (y a diferencia, una vez más, con The Artist). Y como esta es buena, pues ¡qué más da la música!. Pues sí importa, y mucho, porque pudiendo haber sido una película sublime se ha quedado en una película notable. No es lo mismo. Por alguna extraña razón, Vilallonga no toma el control de la película con decisión y valentía hasta que comienza la segunda mitad, cuando la pequeña Blancanieves huye del bosque donde han intentado matarla. Desde ese momento, y hasta el final, la música sí se ubica en un primerísimo primer plano, hace partícipe al espectador de los acontecimientos y se muestra categórica y enérgica. ¿Por qué antes no?.
Viendo la película, tuve la sensación de que ni el director sabía bien qué es lo que hacer con la música y que el compositor trabajó en ella pensando más en secuencias que en la historia que se cuenta, y que la ha tratado casi como si fuera una película sonora, donde la música se posiciona en el nivel de las percepciones inconscientes del espectador cuando hay diálogos. Pero aquí no hay diálogos, sino vacío sonoro que se ha de rellenar (en el buen sentido del término) con una música más decidida, más explícita, más definida y más valiente. Como lo que hizo brillantemente Bource, quien, por cierto, también trabajó sobre secuencias pero le dio al conjunto una exquisita solidez y coherencia de la que, a mi juicio, carece esta banda sonora. Bource metió al espectador dentro de la película. El compositor no.
¿Es mala la música?. Pues no lo creo. Al contrario, es elaborada y sofisticada, y lo es incluso bastante más que la de Bource. Pero el cine no demanda buena música sino música útil, y Blancanieves está llena de escenas musicalmente desperdiciadas, no por mala música sino por música muy apagada, gaseosa, distante… ¿es mala la banda sonora de Vilallonga? (entendida conceptualmente). ¡Pues tampoco! Pero es insuficiente, poco decidida y no muy valiente: será recordada y hasta premiada por sus temas folclóricos, pero desde luego no por su inexistente contundencia dramática o por la coherencia del conjunto.