Usuario: Ángel González
Fecha de publicación: 14.11.2020
Morricone ha formado algunos binomios excelentes con directores con una visión del cine bastante diferente entre sí, pero con el factor común de la confianza depositada en el compositor romano. Algunos de ellos son menos conocidos (como las estrechas y prolíficas colaboraciones con Montaldo, Bolognini o Negrin) y otras de amplia repercusión, como con Leone o Tornatore. La relación con este último se extendió a lo personal de tal modo que ambos se convirtieron en amigos muy cercanos.
Su unión comenzó con la archiconocida Nuovo Cinema Paradiso, cuyo “director’s cut” (aunque en mi opinión desequilibra bastante a la versión corta inicial) hace justicia al total de la partitura creada por Morricone padre con la colaboración inestimable de Andrea Morricone en la parte compositiva, no tanto en la estructural o narrativa, donde se nota la mano de Ennio para determinar cuándo y cómo debe sonar. A partir de ahí han surgido grandes creaciones y otras algo menores, pero incluso en estas manteniendo aspectos interesantes. Mis favoritas se van rotando con los años, así que últimamente me decanto, aparte de Nuovo Cinema Paradiso, por Una pura formalitá, Malena y esta La sconosciuta. Me detengo en esta última.
Tornatore se desmarca de dos de sus sellos de marca quizás más característicos: el melodrama, y el costumbrismo de su Sicilia natal (aunque a esto me referiré con calma en un próximo comentario a Malena). La sconosciuta no parece Tornatore, al menos a primera vista. Perdón pero empiezo pronto con SPOILERS, porque será imprescindible para que pueda explicar mi visión del planteamiento que hace Morricone.
La película narra con crudeza la historia de Irena, una impresionante Ksenia Rappaport, cuyo pasado ligado a un proxeneta está lleno de violencia y auténticas atrocidades. Este pasado se va desvelando a modo de flashbacks, manteniendo incógnitas hábilmente hasta la parte final del film. El presente sigue a Irena en algo que progresivamente también se va descubriendo. Irena se convertirá en la niñera de una pequeña, respecto a la cual los espectadores vamos haciendo nuestras propias conjeturas, y pronto sospecharemos que puede ser una hija suya. Pero hay otro aspecto absolutamente importante en esta película y es “aprender a levantarse”, algo que define claramente a Irena, alguien golpeada física y emocionalmente, pero que siempre se levanta.
Morricone tendrá en cuenta un elemento decisivo a la hora de abordar el planteamiento musical de esta película. La música pasa a ser Irena: lo que sienta Irena será explicado por la música. ¿Esto qué quiere decir? Pues que si Irena está en tensión, la música pone voz interna a eso, casi siguiendo las pulsaciones por minuto de la protagonista. Lo excepcional aquí no es que se haga eso (que no es un gran descubrimiento) sino la minuciosidad con que se hace. Por ejemplo, en la escena en que quiere hacer la copia de una llave que ha cogido del bolso a su anciana acompañante del cine, el agobio y estrés de Irena está brillantemente tratado. Pero ese es solo un ejemplo de esas pulsaciones e inquietud interna. El efecto que se consigue en la película es bueno, pero será notable cuando esa música se contrapone al tema principal tonal. Y será sobresaliente cuando sepamos el significado de ese tema.
Irena, por todo lo que ha vivido, tiene una coraza casi impenetrable. Sus emociones se han ido, salvo lo que parece ser su objetivo principal: encontrar a una posible hija suya. Y aquí llegan dos conceptos que van a convivir en el tema principal de La sconosciuta y que se mostrarán en momentos claves con una precisión maravillosa: hablo de maternidad, y de “aprender a levantarse”.
El primero, el concepto de maternidad, es una melodía preciosa, pero apesadumbrada, como de maternidad despojada; para Irena no es una idea feliz, pues sus hijos/as le fueron arrebatadas/os. Pero es su sentimiento más profundo. Esta melodía aparece cuando sospecha que su hija es Tea, esa niña pequeña de la que pasa a ser niñera. Su efecto dramático se amplifica cuando pasa de ser una música interior que representa sus emociones, a convertirse en una nana que le canta Irena a la pequeña.
El segundo es el “aprender a levantarse” y se corresponde con la parte luminosa del tema principal. ¿Y cuándo suena? Pues en momentos felices en algún flashback, pero sobre todo es esencial en la segunda ocasión en que Irena ata a la niña y la arroja repetidamente al suelo de forma brutal, ocasionándole heridas… ¿Y por qué suena? En la primera ocasión lo había hecho sobre un colchón y la música apenas se insinuaba. Pero será en esta segunda ocasión cuando la niña reaccione y se levante: justo ahí empieza a sonar la melodía. Irena sigue empujándola al suelo con fuerza y parece no tener sentido esa música cálida. ¿Está fuera de lugar? En absoluto. Está donde quería estar: Tea ha aprendido a levantarse.
Y tras diversos giros y resoluciones llega el final, donde Irena sale de prisión y se encuentra sola. No hay música de tensión ni de ningún otro tipo: se percibe resignación y un “¿y ahora qué va a ser de su vida?”. Pero el tema principal vuelve a sonar. Su primera parte llega justo con la aparición de la adolescente, a quien Irena ve desde la distancia. Notamos en su pelo el parecido con Tea. La música de la maternidad suena apesadumbrada, como en la nana. Y entonces la chica se gira, mira a Irena y le sonríe. Aparece la melodía del “aprender a levantarse” como ese símil de ave fénix en que se ha convertido Irena, y llena de esperanza la cinta con esa música radiante que nos adentra en los créditos finales. Para mí, por todo ello, La sconosciuta es una auténtica obra maestra.