Los acontecimientos que precedieron al salvaje bombardeo por la aviación nazi en abril de 1937 durante la Guerra Civil Española de la población vasca de Gernika.
La música de cine puede ser, más allá de la mera ambientación e incluso por encima de la narración un compromiso y una actitud, y más cuando se trata de hechos históricos de trascendencia, donde la música puede servir para rendir tributo y respeto a quienes sufrieron esos hechos. La Historia del Cine está plagada de ejemplos de películas donde el compositor ejerce la máxima representación de ese tributo y homenaje, porque cuando la música trasciende y se convierte en una declaración de principios, el resto de la película se eleva. Automáticamente.
No es el caso de este filme, basado en uno de los episodios más trágicos de nuestra Guerra Civil y que tantas décadas después sigue siendo un referente para explicar el horror y la demencialidad de la guerra. Un hecho de trascendencia histórica convertido aquí en folletín con una banda sonora que no solo no eleva la película, sino que la enfanga.
La película tiene por espina dorsal narrativa una historia romántica muy sencilla que se banaliza y trivializa más con un tema principal romántico simple que se usa y abusa con la pretensión de colorear y gustar, pero desde luego no de explicar, pretensión que si ha sido buscada, es fallida. Su desarrollo es inexistente: allá donde los personajes cambian, la música simplemente varía, pero sin alterar su significado, que siendo de por sí elemental y básico acaba por ejercer un tramposo edulcoramiento irrespetuoso con los hechos relatados pero también con el espectador.
Su sensiblería pretende ser compensada con unas músicas aparentemente graves y serias, para el entorno de conflicto, pero son músicas a las que Velázquez les da un tono de regia trascendencia durante buena parte de la película, sin mesura, saturando. Son músicas grandilocuentes, nada sutiles y aparatosas, y con estas parece también más interesado en rellenar que en explicar. Tanto es así que en la escena más determinante (el bombardeo y su consecuencia) la música ya nada suma -más allá de adornar- porque todo lo que tenía que aportar ya fue aportado a destiempo para impresionar, sin calcular; para gustar, sin sacrificar.
No hay sutileza sino imposición; no hay discurso sino vocerío. Nada hay en esta música que pueda vincularse a Gernika, siquiera emocionalmente, como tantos compositores sí lograron y supieron hacer firmando lo que serían declaraciones de principios ya inmortales. Es una música para rellenar, y para ser olvidada. Un fracaso quizás no en lo musical (nadie puede poner en duda las cualidades compositivas de Velázquez) pero sí en lo cinematográfico, de un autor que en otras ocasiones ha demostrado ampliamente su solvencia como cineasta y que se supone tiene suficiente peso para imponer mejores criterios que los del director. Salvo que estuviera plenamente de acuerdo en convertir este episodio en un mal relato del Reader's Digest. Otra historia sería si esta película la hubiera construido Ennio Morricone, por ejemplo. Bien distinta sería la historia de Gernika.