Cinco historias en torno a la obesidad, en la que un grupo de obesos se enfrentan a sus miedos, a sus deseos, a sus obsesiones, a sus necesidades, a....
La estructura musical de esta partitura es la de un caos bien organizado y calculado. El compositor no aplica el esquema tradicional de tema principal, temas centrales y secundarios, que son aquellos con los que suelen organizarse los guiones musicales de los filmes para hacer más comprensible su significado o lo que evoca. Pero tampoco es una partitura parcheada, de esas que, generalmente por torpeza de sus creadores, acaban generando confusión, se sustentan en melodías perfectamente intercambiables entre si y solo atienden a las necesidades secuenciales, no las globales. En el caso de este filme sucede que los distintos temas musicales están perfectamente ubicados en sus sitios y con intenciones bien claras, que obviamente se transmiten emocionalmente a los espectadores. La sola existencia de un tema principal –que además tarda una hora en hacer acto de presencia en su plena forma- y luego una sucesión de temas secundarios acaba provocando una acertada sensación de confusión y falta de orden que establece una perfecta sinergia con la confusión y falta de orden en que se desenvuelven las vidas de los personajes. Y eso, claro, se transmite sutil pero claramente a los espectadores.
La película relata diferentes historias que se intercalan y fusionan. Cuando se aplica este método narrativo, si lo que se quiere es generar la impresión que las microhistorias forman una unión sólida (incluso aunque haya disparidad en espacio y tiempo) no hay nada más eficiente que solidificarlas bajo un mismo paraguas musical, que tanto puede ser aplicando los mismos temas musicales o con similares estilos de música. Es algo que funcionó maravillosamente bien en The Hours (02), donde la narración paralela de lo que le sucedía a tres mujeres en los años veinte, cincuenta e inicios del siglo XXI quedó cimentado gracias a la uniforme música de Philip Glass, y es también lo que hace Gaigne con unas músicas que, aparte de servir de tránsitos intersecuenciales, ayudan a expandir con facilidad los dos grandes niveles dramáticos en los que se ubican, y que son el de la compasión/ternura (que roza deliberadamente lo paternalista) y el de la ironía/desenfado (que facilita al espectador distanciarse emocionalmente del drama). Además, a pesar de la complejidad de los personajes, la música contribuye a simplificarlos (que no banalizarlos) mediante melodías muy asequibles.
Y luego está, claro, el tema principal que, como ya hemos indicado, llega tarde pero llega oportuno, justo cuando las cosas se empiezan a poner serias para los personajes. Este tema, que también cierra el filme, condensa brillantemente la esencia de lo que quiere transmitir la música de toda la película: el de la conciliación. En el amor y en la autoestima. No es poco.