Usuario: Ángel González
Fecha de publicación: 11.09.2016
Nadie a estas alturas duda que el western “made in Italy”tuvo en Sergio Leone su figura más destacada. Su manera de romper con la tradición del género estadounidense por excelencia supuso un enorme impacto para cineastas y espectadores/as. En 1968 llega la emblemática “Hasta que llegó su hora”y, con ella, la superlativa banda sonora de Ennio Morricone. Morricone hizo evolucionar su música al mismo ritmo que Leone iba firmando nuevas películas: desde la paradigmática “Por un puñado de dólares” incorpora poco a poco elementos emocionales en algunos personajes, que le dotan de mayor carga de profundida emocional (ej: el “Addio colonello” de “La muerte tenía un precio”, el tema “Padre Ramírez” de “El bueno, el feo y el malo”), aportando más elementos a la acción, venganzas viscerales y sentimientos primarios. Un claro ejemplo de esta evolución, el maravilloso tema dedicado a Jill, cuyo significado Conrado ya ha desentrañado admirablemente en sus lecciones de cine.
Pero hubo más realidades aparte de Leone, sobre todo (y durante la segunda mitad de los 60) la aportada por otros dos Sergios: Sollima y Corbucci. De éste último es la película que quisiera comentar, curiosamente también de 1968. “El gran silencio” es una cinta que se ha ido convirtiendo paulatinamente en un filme de culto (aunque nunca entenderé demasiado este calificativo) seguramente por dos motivos fundamentales: la ambientación nevada, que rompía claramente con los cánones polvorientos habituales, y que imagino que estaría en la mente de Tarantino para concebir la ambientación de sus odiosos ocho; y el final, que le trajo problemas para entrar en el mercado de diversos países pero que -ante todo- es memorable (en positivo para algunas personas, y en negativo para otras). A mí es una película que me gusta muchísimo, pero que no entendí nada bien la primera vez que la vi hace ya unos veinte años.
Morricone huye aquí de sus esquemas habituales para el cine de Leone y especialmente de la trilogía del dólar. Cuando lo más fácil le hubiera sido coger el camino ya trabajado con Leone y Sollima, como grandes nombres con los que había colaborado, el compositor romano opta por arriesgar y darle un giro a su propia música para el género. Y perdón, pero ahora empezarán los SPOILERS.
Silencio es el apodo de un héroe aparentemente estereotipado, encarnado por Trintignant, prototipo del pistolero solitario de pocas palabras (y tan pocas, como más adelante se descubre). Pero durante el transcurso del filme veremos como ese estereotipo épico pasa a convertirse en una persona de carne y hueso, vulnerable, con una profundidad emocional mucho mayor que lo acostumbrado en el Western italiano. De hecho Silencio es mudo. Pero el silencio es también una conclusión de una película que habla a varios niveles: su crítica social o política es muy interesante. Los malos son cazarrecompensas que cumplen la ley. El bueno es un mercenario que sólo trabajará por dinero. Muchas cosas no son lo que parecen. El silencio de las leyes permite conductas atroces, y el gran silencio parece el destino final de una época de muerte.
Morricone parte de un tema central con cierta épica, muy retentivo, que parece posicionarse con el (anti)héroe Silencio, pero que no es decisivo a la hora de entender la evolución de los personajes: en mi opinión Morricone juega al despiste y finalmente posiciona este tema como un mero referente de una época supuestamente épica, pero que en realidad es todo lo contrario, pues también pone voz al epílogo de la película. Tras los títulos iniciales Morricone centra su atención en representar una atmósfera hóstil, opresiva, donde los cazarrecompensas campan a sus anchas amparados por una legalidad injusta. El uso de la guitarra eléctrica y del sitar son tremendamente acertados para dotar a la película de violencia latente y desasosiego. Algunos de sus temas, como “Barbara e tagliente” con el plano de los cazarrecompensas liderados por Tigrero (personaje interpretado por Klaus Kinski) son excepcionales y muy definitorios. Es música visceral, enfática, pero que apela a la crudeza moral de esos personajes, que eliminan a presuntos forajidos con crueldad y los tratan como a meras piezas de caza.
Frente a esas músicas, esta el héroe, pero es un héroe con pies de barro. La película intenta anclarse en la realidad, y se va olvidando progresivamente del héroe de acción tipo Eastwood, capaz de levantarse una y mil veces. El momento capital para entender este cambio radical de planteamiento nos lo da la escena íntima de Silencio con la viuda que lo contrató para vengar la muerte de su marido. El tema “Invitto all'amore” es una pieza que escucho y escucharé cientos de veces. No sólo me parece admirablemente emotiva, sino que desempeña una función narrativa mayúscula, describiendo el cambio de estado de héroe y pistolero intocable, a un hombre cuya coraza (real y metafórica) se le ha venido abajo. Silencio desnuda su alma con este tema, se vuelve vulnerable y entendemos que el desenlace de la película podrá darnos alguna sorpresa.
Ya no hay duelo final con las músicas de la trilogía del dólar. La música es densa y asfixiante al inicio de la escena resolutiva, y la luz de los exteriores nevados ha sido reemplazada por un ambiente oscuro y premonitorio. El intercambio de miradas no se prolonga (como sí se hacía en la trilogía inicial de Leone, para el deleite del espectador, siempre acompañados de la música enfática de los duelos), sólo se extiende lo necesario para que suene de nuevo la melodía de Invitto all'amore, quizás para recordarnos que Silencio se sentía vulnerable y que Tigrero lo sabía.
Una auténtica obra maestra para mi gusto, musical y narrativamente, pero también por su audacia. Ésta no es más que mi opinión, y seguramente sólo Morricone sepa exactamente qué ha querido hacer en cada momento, pero a mí es lo que me ha transmitido. Gracias y saludos!