Secuela de The Silence of the Lambs (91), en la que el doctor Hannibal Lecter intenta vivir en Florencia, pero una víctima que sobrevivió a su ataque quiere vengarse y le localiza.
En esta continuación no solo ha cambiado el director y la actriz principal, sino que también ha sido otro el compositor encargado de la música, lo que hace inevitable la comparación. En el filme original, la partitura de Howard Shore se destinó en buena parte a la descripción sonora del horror y a remarcar la soledad de la agente Clarice Starling, así como su angustia. En esta secuela, Zimmer se centra más en el personaje de Hannibal Lecter y en recrear una ambientación gótica y decadente, en forma parecida a un oratorio piadoso cuyo sentido religioso se ve fomentado por el uso de coros. La partitura y los temas clásicos que se emplean en la película convierten al caníbal en un tenebroso y solitario ángel exterminador, lo aísla del entorno que le rodea y multiplica su misterio.
En cierta manera, la música del compositor sigue las huellas de ese personaje y consigue ser la expresión sonora de sus fueros internos.