Secuela inmediata de King Kong (33), en la que los exploradores vuelven a la isla, encontrándose al hijo de la bestia, que lucha contra criaturas prehistóricas.
Para esta continuación el compositor empleó parte del material que había creado en la primera entrega, sin intentar siquiera repetir los prodigiosos efectos logrados en aquella. De hecho, su creación giró en derredor de una melodía romántica, ligera y trivial, y los consiguientes efectos musicales para intentar dar algo de tensión a la película. El motivo de este desbarajuste fue, en realidad, el poco interés de la propia película y el escaso tiempo concedido al compositor para la creación de algo mínimamente decente. Se acompaña de la banda sonora de The Most Dangerous Game (32).