Las aventuras del volador héroe del cómic llevadas nuevamente a la gran pantalla, desde su origen en el Planeta Krypton hasta su llegada a la Tierra, donde tendrá el empeño de mantener la paz contra los planes de un villano.
Una de las grandes ventajas de la música de cine es que es muy tolerante y permeable a cambios en modos y formas dentro de un género, y los compositores pueden aportar nuevas perspectivas que rompan de alguna manera con lo tradicional, y que son aceptadas e incluso tomadas como nuevas referencias. Lo hizo el propio Zimmer en Gladiator (00) en relación a los filmes clásicos ambientados en el Imperio Romano y el resultado de esa reinterpretación fue ampliamente respaldado. Pero porque estaba muy bien hecho.
En el caso de esta nueva versión de las aventuras del héroe volador, el compositor ni busca ni pretende un acercamiento ni estilístico ni referencial al Superman (78) de John Williams, y por tanto las comparaciones solo deberían hacerse por los resultados logrados, no por las formas empleadas. Las formas son las que son, con música muy llamativa y enfática, eso sí algo tramposa, pero indudablemente efectiva, hecha para gustar pero que no consigue implicar, al menos como se logró en Gladiator o en Superman, filmes ambos liderados por un personaje contundente al que el espectador se podía aferrar gracias a la música (los dos temas centrales del primero y el tema principal del segundo). La gran carencia en este trabajo del compositor es que el tema que asigna al personaje es, por irrelevante, incapaz de meter al espectador bajo la capa del héroe (algo que por otra parte, aunque sea conservador, es muy eficiente) y, no haciéndolo, le convierte en un personaje más del contexto y al espectador le deja sin referencia. La música -en este sentido bien hecha- sirve aquí para enfatizar el entorno en el que se suceden los acontecimientos (bien sea el Planeta Krypton o la Tierra), de modo grandilocuente, casi operístico y desde luego muy descriptivo: eso sí, se trata de una música que sería perfectamente aplicable a una película como Oblivion (13), sin que se notase diferencia, pues se trata de una creación resolutoria pero en nada explicativa ni identificativa, más allá de lo que es lo ambiental y el énfasis de la acción. No hay, más allá de esto, una integración con la película, que la haga inseparable del filme, al menos sin que este se desangre (como sí sucedía en Gladiator o Superman). Y, visto que el resultado es que el espectador es testigo pero no partícipe y que no se le permite empatizar directamente con el protagonista, cualquier otra música (bien hecha) podía reemplazar la que se ha aplicado. Es una banda sonora diluída, sin rumbo, estética pero apenas dramática (lo poco que tiene en emociones concretas se diluye y ahoga entre tanta aparatosidad). Un tema principal directo y concreto que lo estructure todo a su alrededor no es una fórmula vieja. Es una fórmula que lleva aplicándose desde los mismos inicios y que sigue en plena vigencia. Porque es de una utilidad extraordinaria. Esto no es Planet of the Apes (68), donde la música es solo la del entorno. ¡Esto es Superman!.