Una mujer que ha sufrido la muerte de su marido es abandonada por su hija cuando esta cumple dieciocho años, sin motivo aparente. Intentará encontrar en su pasado la razón que la ha llevado a esa dramática circunstancia.
(contiene spoilers)
Como ya sucedió en Los abrazos rotos (09) la música del compositor se posiciona a la contra de todo pero de modo sutil, no explícito sino con un refinamiento que resulta más hiriente. Esta es una banda sonora aplicada para restar allá donde se espera suma, para negar cuando se afirma, para decolorar lo colorido, y todo ello posicionado para marcar y pautar una vía dolorosa, muy dolorosa, por donde transita la protagonista y, finalmente con ella, el espectador.
Alberto Iglesias lo desarrolla sin un aparente desarrollo, lo que es deliberado: su creación está desestructurada, sin temas centrales ni tema principal alguno que puedan ser reconocibles y a través de los que se pueda concretar algún personaje o concepto (dolor, amor, odio...). No es la suya una música racional y sí visceral, emocional, de impactos y sobre todo de frentes que se abren y a nada reconocible conducen, o de volver atrás sobre pasos ya recorridos, lo que genera en el filme una impresión de absoluta incertidumbre. En realidad sí parece haber un tema vinculado a la protagonista, con visos de ser liberador, pero es una música que queda aprisionada y asfixiada por otras músicas que le impiden desarrollarse, y parte de estas otras músicas salen también de la propia protagonista (otras son exteriores) lo que resalta y expone su tormento interior. Es como si la tormenta que ha causado su tragedia (la muerte de su marido) no hubiese amainado y por el contrario se hubiese trasladado del mar a la música: un oleaje que no para de impactar sobre ella. Y sobre el espectador.
Sustancialmente hay dos territorios por los que discurre la creación del compositor: el primero de ellos es el de músicas en apariencia cálidas y sensuales, con presencia de trompeta con sordina, que se aplica en escenas de amor o de evocación del amor, pero son músicas con un moderado elemento tóxico, negativo, que no las hace músicas agradables sino algo incómodas, y que son más una losa que un apoyo. El segundo territorio es el de misterio, con músicas muy elaboradas que implican al espectador en tanto ilustran el camino que transita la protagonista en la rememoración de los hechos vividos, que ella conoce pero el espectador aún no, lo que genera expectación y le da al filme un cierto aire de thriller.
Durante todo el filme, Alberto Iglesias hace oposición, obstaculiza, impide y niega, pero lo hace en la mayor parte de las ocasiones desde una perspectiva no hostil sino de ternura, casi de compasión, por supuesto no melodramática ni edulcorada pero sí expresando afectividad, si bien resalta que es la afectividad perdida que la protagonista explica, lo que hace del guion musical la parte más herida e hiriente de la narración. De principio a fin, sin tregua. Eso sí, cuando ella logre ver el final de su tormenta, no habrá sitio para el compositor, que quedará atrás y tendrá que dejar paso a una canción esta vez sí de liberación.