Usuario: Ángel González
Fecha de publicación: 10.07.2020
Dentro de la música para cine encontramos en ocasiones bandas sonoras casi omnipresentes, con una altísima variedad de músicas, tal vez de varias horas de duración (incluso más que la propia película). Y en otras ocasiones nos encontramos con una concisión máxima, a veces fruto de la propia premura con que debía ser compuesta y grabada. Hemos encontrado ejemplos magníficos de ambos casos (Gone with the wind o Chinatown).
La Monaca di Monza es del segundo tipo. Es más, se trata de una música prácticamente monotemática. Hay un tema principal reconocible que tiene el protagonismo casi absoluto. ¿Es esa una buena opción? Pues entiendo que depende siempre de la película de la que hablemos y el enfoque que se le quiera dar. En mi opinión, la escasa música de La Monaca di Monza es un ejemplo maravilloso de efectividad en su aplicación y enseguida intentaré justificar por qué lo creo así.
Antes quisiera contextualizar la película, filmada por un Visconti (Eriprando, a la sazón sobrino de Luchino), y enmarcada -o quizás precursora- del movimiento “nunexplotation”, filmes pensados para público con ganas de morbo, dejémoslo ahí, y cuya deriva hacia lo cutre y exclusivamente lascivo no se hizo esperar. La película es del año 1969 y está hecha con muy bajo presupuesto, algo que a priori la perjudicaría, pero que -en este caso- la dota de un cierto encanto y realismo. Narra la historia de Virginia, una abadesa que acoge en su convento a un noble italiano que ha asesinado a un recaudador de impuestos, a petición de un sacerdote amigo de aquel.
Coproducción con algunas caras relativamente conocidas, en mi opinión con interpretaciones acartonadas, pero con una cierta integridad artística, gracias a dos pilares fundamentales. El primero, que no todos los personajes son meros arquetipos; mucho sí, ojo. No parece un logro importante, pero considero que sí lo es sobre todo por la forma de tratar a Osio, el violador y luego amante de la monja de Monza, un tipo repulsivo al que nunca se lo acaba de redimir.
El segundo es la música de Morricone, porque es quien mejor hace aflorar la reflexión humana que subyace en la película y que no permite que descabalgue hacia los terrenos del erotismo sonrojante (al menos sonrojante visto desde ojos actuales; ya sabemos que hace 50 años su función era distinta).
Tras la escena inicial con la muerte del recaudador, detonante de la huída de Osio, sobre un plano congelado surgen los títulos de crédito, donde el compositor romano parte de un tema inicial que parte de forma ominosa, sobre el que se alza una viola sentida, hasta que se libera del opresivo acompañamiento inicial y se impone con su tremenda belleza la melodía principal. ¿Qué sentido tiene en este momento? Pues nos acaba de explicar casi la película entera a modo de sinopsis: la lucha entre la libertad emocional (para amar, para desear, etc.) y la represión social y emocional (encarnada por la Iglesia), hasta que se imponga la primera. He dicho "casi" porque no explica el final de la película sino la consecución de aquella libertad. El punto de vista de esta música es el de la protagonista quien, por su cargo dentro de la institución religiosa, se le ha prohibido exteriorizar su necesidad de amar y ser amada. Cuando lo consiga plenamente por primera vez la música de Morricone liberará toda su carga emocional. El objetivo de Morricone es, por tanto, hablarnos de ese conflicto. No le importa un pimiento el erotismo; no se suma al morbo, sino que da integridad a un personaje mal dibujado en el guion literario.
La atmósfera turbia en el convento germina de la hipocresía de muchos de sus personajes, cuya forma generalizada de liberar sus deseos es mediante la agresión y el abuso de poder. La música lo expresa, como antes decía, con una música oscura, densa, que evidencia las intenciones malsanas que se revelarán especialmente con el plan para que violen a la monja. Así de crudo. Por cierto, nada de música en ese momento porque ya es lo suficientemente dramático.
Siguiente momento importante. En una noche posterior a aquel suceso, el tal Osio vuelve a buscar a Virginia, y sigue lo malsano en la música cuando ella lo descubre, pero algo ha cambiado en su interior, algo que la mortificará, y es que no se opone. Será cuando empiece a sonar la melodía principal, aún muy cauta entre una orquestación sombría y lúgubre. Es lo que nos indica que su libertad (para desear) empieza a aflorar. Entendámoslo en el contexto de la película, ya que evidentemente el tipo es un delincuente y ella una víctima.
Sin entrar en mucho detalle, tras tiempo sin verse y ya con su hijo nacido, el reecuentro con el amante añade una pequeña música para el bebé de ambos. Pero esa no es la idea importante en esta escena. La clave está en que ya pueden verse con libertad por primera vez. La protagonista siente que por fin lo ha conseguido y será Morricone quien nos lo diga. La bellísima variación de la melodía principal suena unos segundos antes de la escena de amor, y tiene sentido: la emoción antecede al hecho. Este recurso Morricone lo usaría en bastantes otras ocasiones, recuerdo muy especialmente en ese sentido Once upon a time in America.
Finalmente la represión vencerá y la monja tendrá un trágico y angustioso final, emparadeda, tomando el mando la música de dicha represión hasta que la música de la monja (la de su libertad, realmente) aparezca para acompañar a Virginia en su destino, hasta que se va apagando. Chapeau!