Unos jóvenes ladrones creen haber encontrado la oportunidad de cometer el robo perfecto. Su objetivo será un ciego solitario poseedor de millones de dólares ocultos. Pero tan pronto como entran en su casa se encontrarán atrapados y luchando por sobrevivir contra un psicópata.
La clave del éxito cinematográfico en una banda sonora de terror no melódica no es solo la sofisticación, elaboración o ingenio instrumental o electrónico en las músicas que la conforman, porque aunque obviamente es decisivo es algo que se espera de alguien con mínimo oficio. Pero por sí solos no suman demasiado puesto que, por sí solos, sería mera estética. Tampoco basta con lanzar músicas tóxicas aquí o allá, que hagan irrespirable el ambiente porque el espectador acaba acostumbrándose y protegiéndose de aquello que solo es gas.
La clave del éxito cinematográfico en una banda sonora de terror no melódica es que la música tenga contenido dramático, narrativo, o ambas cosas a la vez. Esto es, que desde la música se expliquen y concreticen cosas que o bien no están detalladas en el resto del film o lo están solapadas y lo que hace la música es evidenciarlas pero no tanto ante los ojos del espectador -o sí!- como en el plano de la subsconsciencia, donde se puede ejercer un control completo sobre el espectador.
Esta es la mejor banda sonora de terror desde The Conjuring (13), con música de Joseph Bishara, y desde Evil Dead (13), que Baños hizo con el director con el que ahora repite. Como en estas dos, comparte esos elementos que hacen que la música no sea un mero acompañamiento o una simple ambientación. Pero ambas fucionaban con músicas que se concretaban en forma de un tema musical claro y reconocible para el espectador, aunque en el caso de The Conjuring tardara en visualizarse pues Satán no mostraba su rostro hasta bien avanzada la película. Aquí no tendría mucho sentido y sería probablemente un inconveniente, puesto que lo que debería ser concretizado y referenciado ya está a la vista del espectador: el protagonista ciego... y también su casa. Sobre todo su casa.
Inteligentemente, las músicas se añaden al personaje y a su entorno. No son un complemento o una explicación, aunque algo de ello tenga, sino un añadido. Aparentemente el propietario de la casa no las controla y parecen ir por libre, al margen del comportamiento y actitud que tenga el dueño del lugar. Porque más allá de ambientar o intoxicar, las músicas son como las guardianas de la casa: no aparecen cuando llegan los intrusos sino que ya estaban allí dormitando antes de que estos llegaran, y muy sutilmente se deja entreveer que los jóvenes han provocado se despierten, logrando que el no deberíamos estar aquí, llegue al espectador de un modo más angustiante porque no son músicas de relleno sino con contenido: sofisticadas, perversas, demenciales... poderosas. En la película, de todos modos, hay cierta confusión en las intenciones, por la música aplicada antes de que se sepa de la existencia de esa casa y de las intenciones de entrar a robar, y seguramente hubiera sido más eficiente mantener el silencio musical hasta ese momento. De todos modos, se arregla en cuanto comienza la acción en el lugar. Como contrapunto, hay un tema dramático para el anhelo de la chica protagonista que intenta encontrar hueco pero al que las músicas de la casa devoran también.