Las esperanzas e ilusiones de una prostituta que cree ver en cada uno de sus clientes el príncipe que le dará una nueva y mejor vida.
Bellísima creación en la que la música juega un importante papel en relación con el personaje central. El compositor escribió un tema alegre y bailable, que retrata el idílico pero falso mundo en que vive la joven Cabiria, y lo contrastó con otro mucho más pausado y lángido, que muestra lo que ella no sabe ver (es el caso de la secuencia en que ha vendido su humilde casa porque cree, equivocadamente, que va a casarse con un apuesto hombre).
La partitura funciona como contraste: en la secuencia final, cuando Cabiria está comiendo en un restaurante con su falso pretendiente, un músico callejero les canta una triste canción, que en nada concuerda con la radiante felicidad de la pobre Cabiria. Minutos después de que le hayan vuelto a robar y que, desesperada, no haya conseguido convencer al ladrón de que también la mate, Cabiria camina con lágrimas en los ojos por una solitaria carretera, en una patética procesión de pena. Aparecen unos jóvenes que interpretan la misma canción del restaurante, pero de forma alegre y festiva, que hace que ella esboce una esperanzadora sonrisa.
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