Una joven emprende una aventura para recuperar el olivo milenario que la familia vendió contra la voluntad de su abuelo. Para ello viajará a Alemania con su tío y un amigo.
El compositor aplica una breve y muy bienintencionada banda sonora que en sus poco más de veinte minutos intenta pero no logra hacerse ni con la película ni con sus personajes, aunque sus pretensiones son esas y los medios -musicales y estructurales- que dispone para intentarlo son los adecuados.
Un muy bello tema principal presentado al inicio del filme y vinculado a la protagonista (aparece donde está ella, no en su ausencia) la presenta como una joven decidida y determinada, viva y fuerte, y con esa música emprenderá la aventura e implicará a los demás, en una clara representación del poder que tiene la chica a través de su tema y, lo más importante, del aura de bondad y generosidad que desprende, su luminosidad. Este es un tema musical muy sencillo -como el personaje- pero es claro y es directo, y aunque también algo edulcorado genera empatías y más cuando comparta espacio con otras músicas que se aplican para lo dramático, moderadamente apesadumbradas, y que por la mera comparación elevan más el tono optimista del tema principal.
Dos son los grandes problemas que tiene esta banda sonora. El primero se refiere a los escasos espacios en los que el tema principal puede ocupar un sitio donde acomodarse y tomar las riendas narrativas, y no resignarse a ir a la zaga del resto del filme, que es exactamente lo que sucede, acompañando más que explicando: se acompaña cuando la música se pone en planos aéreos del camión por la carretera; se explica cuando esa música se pone en el rostro del personaje o de los personajes; el uso y abuso de lo primero desenfoca completamente las intenciones de lo segundo. Aparentemente en este filme no se ha pensado en la música hasta rodado y montado, y por tanto no hay parte alguna del filme (salvo los obvios planos aéreos o de seguimiento en carretera) que haya sido dispuesta para cederla a la explicación musical y acaba en parcheos e imposturas que difuminan su sentido y no llegan al espectador más allá de lo meramente estético.
Esto es en todo caso culpa de la directora, pero el compositor suma otro problema: su música es muy estática, en lugar de dinámica, su crecimiento (incluso el emocional) es imperceptible y todo aparenta ser una mera reiteración del tema con variaciones. En apariencia, porque es cierto que no es exactamente así, pero entre el comienzo del viaje (punto de partida, tras el inicio) hasta el final, donde tantas cosas han cambiado en personaje y acompañantes, la música es casi lo mismo, con evolución poco perceptible probablemente más por falta de contención al principio. Esta linealidad afecta y mucho al discurso y acaba por generar indiferencia ante su cometido principal, el implicativo. Se acompaña de Katmandú, un espejo en el Cielo (12) y Flores de otro mundo (99)