En la Lisboa de 1938, bajo la dictadura de Salazar, un periodista trata de mantener su integridad profesional, lo que le comportará tener que huir del país.
La película se abre instrumentalmente y se cierra con el mismo tema cantado por la portuguesa Dulce Pontes, "A briça do coraçao". En esa doble aplicación hay dos intenciones bien diferentes: al comenzar el filme, sirve para ambientar el lugar donde transcurre el argumento, Lisboa, y darle el tono evocador. Cuando acaba, ese mismo fado se ha transformado en un himno reivindicativo, del orgullo y la dignidad del protagonista. Entre ambas, se emplean fragmentos y variaciones del mismo para dramatizarlo, de modo que a lo largo del metraje esa música cambia tanto de intenciones como en su esencia y prepara al espectador para el final.
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